martes, 9 de marzo de 2010

There's poetry in a pint of Guinness

Sábado. A las 9 me puse en pie para desayunar con Christophe. A las 10:15 me esperaban en el hostal Pablo y Victor, para ir rumbo a la Guinness Factory. Chris me acompañó medio camino dando un paseo, hasta que supe cómo orientarme para dirigirme hacia el centro.

Llegué al hostal y allí estaban Pablo y Víctor terminando de desayunar. Perfectamente me podría haber puesto a desayunar allí con ellos a pesar de no haber reservado ninguna habitación, algo que hubiera sido de lo más ‘spanish’, pero ya venía servido de casa de Chris. Aún así, no viene mal saberlo para otra ocasión.

Nos llevó una media hora llegar a la Guinness Factory andando, en un paseo por la ciudad que merecía la pena hacer. Allí, a pesar de ser pronto, ya había una larga cola de gente esperando para adquirir la entrada para el tour. El ticket cuesta 11 euros, incluyendo una pinta de Guinness que te sirven en el bar que hay al final de todo el recorrido y que fue el mejor de los desayunos posibles. La exposición viaja a lo largo de los 250 años de vida de la cerveza Guinness. Se empezó a fabricar en 1770 gracias al cervecero ‘Arthur Guinness’, aunque para nosotros siempre será don Arturo Ginés.

Básicamente son 4 los ingredientes que se utilizan para hacer ese oscuro líquido sagrado. Tan sólo uno de ellos, el lúpulo, se exporta de otros países, pues las condiciones meteorológicas de Irlanda no permiten que se cultive aquí. Los otros tres ingredientes son la malta tostada (que es lo que le hace que tenga ese color característico), la levadura y el agua de manantial.

No me hubiera gustado ser tonelero de aquella época. Los pobres no podían irse de bares o tener pareja si no era con el consentimiento de su maestro.

Una de las campañas publicitarias que llevaron a cabo los de Guinness consistió en lanzar botellas al mar con publicidad en su interior. Muchas de esas botellas aún siguen viajando y apareciendo en lugares de todo el mundo. Otro slogan muy conocido es el de ‘There’s poetry in a pint of Guinness’, o el degood things come to those who wait’, que hace referencia al tiempo que hay que dejar reposar la cerveza una vez servida (unos 90 segundos), para que los gases que lleva (nitrógeno y dióxido de carbono) se disuelvan y la cerveza esté en su mejor punto.

Otra curiosidad. Si os fijáis, el logotipo de Guinness es un arpa. Las monedas de euro irlandesas llevan en su reverso el logotipo de un arpa también, pero como Guinness lo había registrado antes, cambiaron la orientación del arpa haciéndolo simétrico al otro. Vamos, que los dos son prácticamente iguales, solo que cada uno mira para un lado.

La visita tiene muchas más cosas, como el apartado dedicads a los transportes de los barriles. Había también un taller en el que te enseñaban a tirar una Guinness, pero por falta de tiempo no nos detuvimos en él.

Al final del recorrido, se encuentra el Gravity Bar 360º con vistas a toda la ciudad. Las vistas son impresionantes, la altura a la que se encuentra el bar y sus paredes acristaladas permiten ver todos los puntos de la ciudad en todas direcciones. Incluso se divisa el mar desde allí, la bahía de Dublin.

Disfrutar de la Guinness con esas vistas fue sin duda lo mejor de todo. Curioso que había gente que en vez de canjear su entrada por la pinta de Guinness, lo hacían por refrescos. Si don Arturo levantara la cabeza… Anyway, ¡nosotros sí brindamos a su salud!

Tuvimos que apresurarnos, porque Silvia estaba de camino a Carlow desde Limerick, y nosotros teníamos que coger un bus para encontrarnos con ella allí y que conocieran la ciudad donde estoy viviendo.

Cometimos el error de coger el primer taxi que vimos para llegar antes a la estación de autobuses, y pagamos la novatada… Con razón cada vez que cojo uno hago discriminación selectiva… A Pablo le debió parecer poco lo que le tuvimos que pagar al taxista, porque se bajó del taxi dejándole de regalo su mega-cámara Nikon D5000 de 500 eurazos. Por suerte, se percató a tiempo y después de una carrera eléctrica, consiguió detener el taxi antes de que se incorporara al tráfico para recuperar su cámara que estaba en el asiento. No fue el último despiste del fin de semana, y tampoco fue el primero, recuerden el del teléfono.

Tardamos hora y media tan sólo en llegar a Carlow, casi lo que tardó Victor en dejar de hablar, pues desde que pisó el autobús no paró hasta que, tras más de hora y pico, el conductor le pidió por favor que hablara un poco más bajo. Grande Victor!

Cuando llegamos, Silvia ya estaba allí en la estación. Estuvimos viendo una parte de Carlow antes de detenernos en otro Supermacs a comer algo y coger fuerzas. Salimos con el estómago más que lleno, y nada más cruzar la puerta, Victor nos detiene a todos y dice: ‘Chicos, ¿estáis seguros de que lleváis todo? ¡Mirar que no os dejéis nada!

Después de chequearnos los bolsillos todos y comprobar que llevábamos todo, nos dispusimos a andar cuando de repente sale una señora de dentro corriendo en nuestra búsqueda con una mochila en la mano… ¿De quién era? Sí… De Víctor. La avería ya es muy grande y no tiene arreglo. Haremos lo posible porque vuelva a casa con el mayor número de cosas posible, y mientras luego las recupere, no importa que vaya perdiendo cosas.


Tras reírnos durante un rato, reanudamos la marcha y les enseñé el resto de la ciudad. Disfrutamos un montón relajándonos con los cisnes que hay en el río, que se cuentan por decenas. El otro centro de atención que retuvo a mis compis fue ‘Pennys’, esa tienda al estilo ‘Primark’ donde la ropa cuesta menos que una bolsa de sugus y que está acabando con los ahorros de todos ellos.

Después de tanto andar por la ciudad, llegamos a casa cansadísimos. Preparé para cenar unos Spaguettis bolognesa que tuvieron bastante éxito entre mis invitados, al igual que lo tuvieron cuando le di a probar a Aine tan sólo una semana antes. La cena vino acompañada de dos grandes alegrías: la primera fue ese gol de Van der Vaart en el minuto 92, que nos hizo pegar un brinco de nuestras sillas y gritar como locos (escuchamos el partido en directo por la Ser.com) y la segunda fue la botella de ron Brugal que nos trajo de Madrid Pablo. ¡Chapeau por él!

Nos faltaron fuerzas para salir por la noche en Carlow, pero aún así lo pasamos muy bien quedándonos tranquilos en casa.



Bendito don Arturo Ginés, bendito el señor Andrés Brugal, y bendito ese merecido liderato!


PD: La Guinness no engorda no... tu tu ruuu...

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