La semana empieza igual que acabó, sólo que esta vez en vez de pegarme una bestia de más de 80 kilos, lo ha intentado un renacuajo de tan sólo 5 años. Joseph claro. Desde el primer minuto de la mañana ya ha estado fuera de control. Fue imposible mantenerle en el aula, así que le acompañé fuera para intentar continuar con la misma tarea que sus compañeros, pero apartado de ellos. ¡Este chico es un peligro potencial para sus pobres compis!
Como he dicho, desde el primer minuto declaró fidelidad a esa oscura voz que le susurra cosas malvadas al oído. Él dice que no puede hacer nada por evitarlo, que cuando la voz le habla, no hay manera de no hacer todo lo que le dice. El caso desde luego es para psicólogo, no para un pobre joven español que intenta pasar las prácticas de la forma más agradable posible en un colegio de otro país donde no se habla siquiera su misma lengua. Por eso mis recursos para frenar al chaval son más limitados, porque para intentar hacerle entrar en razón no dispongo de muchos recursos lingüísticos.
Aún así conseguí desactivarle en pleno descontrol iniciando de repente una conversación sobre perros, sabiendo que él tiene 3 en casa (escuché que lo comentaba en una de las actividades de clase). Estuvimos hablando de dos de sus perritos, que murieron no hace mucho. Algún sentimiento debe tener este endemoniado chaval, porque incluso me confesó que a veces llora cuando se tumba en la cama y los recuerda, y que los echa mucho de menos. Duró unos 20 minutos ese estado de paz y tranquilidad, en los que llegué a pensar que no era tan mala pieza como parece. Cuando intenté razonar con él por qué se comportaba de esa manera tan irracional en ciertas ocasiones… ¡cagada!
La bestia volvió a despertar y a partir de ahí fueron todo patadas, puñetazos, lanzamientos de silla, de lápices, plastidecores, sacapuntas, estuches…todo lo que pillaba por medio vamos. También ha intentado hacerse con unas tijeras mientras gritaba ‘Te voy a cortar, te voy a cortar’. Cada vez que se intentaba levantar de la silla para seguir haciendo el mal, yo le volvía a sentar, cada vez de forma menos amable, a lo que respondía con gritos de ‘Suéltame, déjame ir’. En alguna de estas se escapaba y salía corriendo hacia la clase, a corretear por los pasillos de las mesas (que forman un 8), jugando a no ser pillado como si fuera un comecocos y mientras gritando como una nenaza.
De verdad creo en la pedagogía, pero sinceramente, lo que necesita seriamente este chaval es un buen azote. Uno, y bien dado.
Ningún tipo de refuerzo positivo funciona con él, ninguno. Sarah me relevó para intentar algo nuevo. Yo mientras, me quedé con sus niños dentro de la clase y contemplé por el cristal de la puerta como, durante nada más y nada menos que 20 minutos, Joseph no paró de tirarla cosas, una tras otra, mientras ella permanecía impasible. Yo me llevaba las manos a la cabeza cuando veía que la lanzaba objetos grandes como estuches, mochilas, botellas, sillas… Algunos de estos objetos impactaban contra la puerta de la clase montando un escándalo, pero Sarah permanecía sin abrir la boca y sin mover un músculo, excepto cuando tenía que esquivar algunos objetos grandes que la podían hacer daño claro. No se libró de llevarse un buen gomazo en la frente.
Si pretendía que el niño llegara a hartarse y cansarse de lo que estaba haciendo en un momento dado, no lo consiguió. Yo le veía la cara a Joseph y le notaba cada vez más emocionado, oteando el horizonte en busca de más y más cosas con las que acribillar a la pobre mujer. Es una pena que una profesora tan buena como es ella, tenga que ver cómo por culpa de un niño incivilizado, no pueda desarrollar su trabajo con el resto de los niños, que son una auténtica ricura.
Si duró 20 minutos la ‘lapidación’ fue porque entonces apareció el padre del niño para llevárselo a casa. Lejos de parar, el niño cuando vio a su padre se fue directo a propinarle una patada primero, y luego todo los tipos de golpes que era capaz de coordinar.
Cuando se llevaron al niño, me faltó salir al patio pegando gritos de alegría.
Veo algo positivo de esto, y es que desde antes de empezar a ser maestro ya he visto y vivido una de esas situaciones que uno desea evitar, pero que pueden darse y se dan desafortunadamente.
El martes lo va a pasar en casa, como ya hizo el viernes pasado, y a partir del miércoles va a trabajar a parte del grupo con una asistente nueva, que ha trabajado antes en este tipo de casos, y que viene exclusivamente a tratar de reconducir la situación. Yo sigo pensando que lo que necesita es un psicólogo.
Con la inspectora acechando a la vuelta de la esquina (ya es mala leche que les haya tocado la inspección durante la semana de St. Patrick’s) no es plato de buen gusto soportar las rebeldías del pequeño Lucifer.
El tiempo hoy no parece propio de Irlanda. Hace un día soleado, completamente despejado. Solo a medio día empieza a asomar alguna nube. Cuando ya es hora de irse a casa, espero fuera a Ger mientras termina de recoger sus cosas. Cierro los ojos mientras el sol me calienta la cara y, cuando los coches se alejan llevándose el ruido con ellos, dejan al descubierto un sonido precioso. No dura mucho, sólo unos pocos segundos, hasta que otro coche comienza a ensuciarlo desde la lejanía.
Es un silencio absoluto, y parpadeante a la vez. Es un silencio que suena mucho…
No hay comentarios:
Publicar un comentario