lunes, 8 de marzo de 2010

Hair of the dog

Viernes. El despertador sonó a las 7:30 de la mañana en uno de esos días en los que odias al mundo nada más tener noticias de que sigue estando ahí fuera. El segundo pensamiento que tuve fue acordarme y cagarme en la suerte que tenía Ger en de poder quedarse hasta tarde en la cama, pues hasta las 11 no tenía que salir de casa ya que tenía que faltar a la escuela para acudir a una conferencia en Athlon. El motivo de que me mi despertador tuviera que sonar tan pronto se llama Sarah. Al no estar Ger, ella se ofreció a llevarme en coche al cole. La chica ama tanto su trabajo que llega siempre media hora antes de que empiecen la clase los niños para tenerlo todo bien preparado.

La carretera de camino al colegio pareció tener más curvas que nunca y los minutos en clase pasaron lentos durante las primeras dos horas. Después funcioné mucho mejor.

Steven me dio un consejo de esos que nunca tendré valor de seguir: se conoce como ‘Hair of the dog’. Se trata de contrarrestar el efecto de un ‘hangover’ con un buen par de pintas. Yo pinté, pero con pinturas, ayudando a algunos niños a terminar un decorado. Así me fui despejando.

Estaba deseando más que nunca que la jornada en el cole acabara, pues me esperaban planes de los buenos para el resto del día.

Nada más terminar el cole, Arny (el chico que vino a hacerle la suplencia a Ger) me acercó a la estación de autobuses de Carlow a tiempo para coger el bus de las 3.45 (según la página que consulté en internet) con rumbo a Dublin. Cuál fue mi sorpresa cuando llego y me encuentro que no existe ningún bus a esa hora y el siguiente salía a las 4.45, una hora más tarde. Así que me tocó esperar una hora, con el fresquito que hacía. No quise moverme de la parada porque me resistía a perder la esperanza de que hubiera algún otro autobús entre medias. Quería llegar a Dublín cuanto antes para aprovechar todo el tiempo posible allí.

Aunque tuve que esperar una hora, no me dio tiempo a aburrirme. Primero cometí el error de preguntar acerca del autobús a un señor mayor que estaba esperando en la parada. El hombre sólo tenía un piño en la dentadura superior, y hablaba con un acento extremadamente cerrado, por lo que me fue absolutamente imposible entender una palabra de lo que decía. El tío me comentaba cosas de vez en cuando, típicos comentarios que hace la gente cuando está esperando en algún lugar y tienen a alguien cerca con quien hablar, salvo que en este caso yo no le entendía ni una jodida palabra… Así que yo reí cuando él se reía con sus propias gracias, asentí cuando consideraba que había que hacerlo… El tío estaba tan feliz, así que no se debió dar cuenta de que no me estaba enterando de nada y debió pensar también que aquello que me estaba contando me hacía tanta gracia como le hacía a él.

Al rato de estar allí sentado, se sentó justo a mi lado una chica joven. Tardó poco en empezar a hablar conmigo. Me preguntó por mi procedencia y lo típico de qué estaba haciendo en Carlow y demás. En un momento dado, una señora mayor que estaba sentada en el mismo banco, pero en dirección opuesta a nosotros, se giró reconociendo a la chica y se saludaron cariñosamente. El autobús de la chica vino antes que el mío, así que se despidió y se subió a su bus destino a Waterford. No pasaron ni 30 segundos cuando la abuelita del banco se dirige a mí y me dice: ‘Es una buena chica. La conozco desde hace mucho tiempo. Deberíais volver a veros antes de que te vuelvas. Es una chica muy maja.’

Me hizo mucha gracia que la señora intentara hacer de celestina. Las estaciones de autobuses pueden estar llenas de historias y anécdotas. Hay mucha vida en ellas.

Llegó el autobús con destino a Dublín a la estación, pero el conductor dijo algo que no entendí y la gente no subió a él. Intenté preguntar a un par de chinos que estaban a mi lado, pero creo que entendí mejor al hombre que tenía un solo piño. Otra mujer me explicó que venía un segundo autobús que iba directamente a Dublin, sin parar por los pueblos, así que a ese me subí.

Los dos chinos estaban sentados ya en la primera fila, uno a cada lado. Por disfrutar otra vez de los paisajes, decidí sentarme al lado de uno de ellos. El tío me dio el viaje, porque se quedó dormido al instante de arrancar el autobús y su cabeza cada vez se acercaba más y más a mi hombro. Incluso me llegaba el aire que provenía de su boca abierta mientras dormía, así que sutilmente me movía de vez en cuando un poco para que cambiara su pose y se fuera hacia la ventana.

Fui incapaz de dormirme en todo el viaje, y eso que iba roto de lo poco que había dormido la noche anterior.

Me bajé en O’connell street para dirigirme al enorme monumento que se estira hacia el cielo conocido como ‘Spiral’, y que los españoles, con la finura que nos caracteriza, lo hemos bautizado de otra manera que no voy a escribir aquí. Allí me esperaba Christophe, que volvía del aeropuerto de despedir a su novia, que tiene una boda familiar en unos días en Australia. Christophe irá para allá en unos pocos días, y así mientras aprovecha estos días para hacer varias grabaciones que tenía pendiente.


Aún estando ocupado, hizo un hueco para poder verme. Tardaron poco en llegar al mismo punto Victor (que venía directo de Limerick), Laura y Alicia. Una vez juntos los 5, fuimos lo primero a buscar un sitio para comer. Fuimos una vez más al Supermacs, que tiene de todo. Después de comer, aprovechando que Christophe llevaba el violín encima, le intentamos convencer para que tocara algo en la calle mientras los demás le hacíamos los bailes. Como tenía que irse pronto, no le era posible complacernos de ese modo, pero sí lo hizo sacando allí mismo el violín y tocando una pieza para todos los que allí estábamos, mientras Victor y Alicia hacían gala una vez más de sus habilidades con el baile.


Fue un momento de lo más divertido. Cuando terminó la pieza, con aplauso incluido de las mesas contiguas entre las que se encontraban algunos españoles, apareció un gorila vestido de segurata diciéndonos que no se podía tocar allí dentro. Afortunadamente, pudimos disfrutar del cómico momento antes de que nos cortara el rollo.



Chris tuvo que irse para casa, así que el resto fuimos a dar un paseo por nuestra querida ‘Grafton Street’. Esta vez, en vez de Bono o ‘Mutefish’, nos encontramos un par de músicos tocando instrumentos de viento. Como siempre, Victor abonado a la pista. Tras marcarse unos bailes con Laura y Alicia, sacó a la pista a una expontánea siguiendo la línea de otros días. También nos encontramos en la calle a un chico en plena despedida de soltero que trataba de conseguir el mayor número de firmas de chicas en la muñeca hinchable que llevaba consigo. Nos hicimos unas cuantas fotos con él.

La siguiente parada fue la zona de Temple Bar. Una catalana mega-estúpida que trabaja por la calle de relaciones nos invitó a pasar a un garito que resultó estar desértico. Muy a lo spanish, nos echamos unos bailoteos sin consumir nada, y nos fuimos de allí a los pocos minutos después de habernos echado unas cuantas risas.

La zona de Temple Bar es una zona muy transitada, en la que te puedes encontrar a todo tipo de gente. Por ejemplo un indigente con una botella y un piti en la mano, que sangraba por la nariz de habersela partido por haber caído recientemente al suelo, y que seguía tambaleándose hasta que cayó de nuevo pegándose un buen golpe contra la pared. ¿Qué hizo cuando cayó sentado al suelo? Sin soltar el piti a pesar de la caída, se quedó allí sentado pegando otra calada al cigarro como si nada hubiese pasado.


A las 11 fuimos a recoger a Pablo, un amigo de Víctor que vino a pasar el finde con nosotros y conocer Irlanda. De camino nos encontramos a una jovencita con otro torpedo. Su amiga intentaba mantenerla en pie, pero no consiguió sujetarla y se cayó como un bolo pegándose otra buena leche contra una pared. En seguida había un corro de gente a su alrededor intentando reanimarla, pero la chica era incapaz de abrir los ojos, y cuando lo hizo, tenía la mirada completamente perdida.

Cuando volvimos a pasar por el mismo punto después de recoger a Pablo, vimos como la policía ayudaba a meter a la chica en un taxi. Cómo bebe esta gente, es impresionante.

Fuimos después de pub en pub, buscando siempre los que tenían música en directo. Así encontramos uno donde había una banda tocando, con batería, guitarra eléctrica y bajo. Tocaron versiones de clásicos de todos los tiempos. Nos gustó la música y allí nos quedamos hasta que cerca de las 3 de la mañana decidimos que era hora de irse a casa.

En el tiempo que estuvimos en ese pub Víctor perdió el móvil pero volvió a recuperarlo 20 minutos después cuando se lo encontró en la barra. Alguien lo encontró y lo dejó ahí. No iba a ser el último despiste de Victor durante el finde. Tampoco fue el primero, pues cuando llegó a Limerick el primer día tuvo que subir corriendo al autobús antes de que volviera a salir porque se había dejado el mp3 en el asiento.

Llegué en taxi a casa de Christophe. Me había dejado preparada la misma cama que utilicé la otra vez que estuve, y dejó su llave debajo del cubo de basura verde que hay en el mini jardín a la entrada de su casa. Llegué a su puerta y encontré que había 3 cubos. Como no había mucha luz, no distinguía muy bien cuál de ellos era el verde, pero aún así no fue problema dar con la llave. La llave la tenía, solo faltaba que abriera la puerta. Encajó perfecto en la cerradura, pero por más que giraba, la puerta no se abría. Probé varias veces, hasta que aluminé con mi móvil y descubrí una segunda cerradura que debía estar cerrada por dentro.

Me vi durmiendo en la calle por un momento. Suerte que Christophe respondió el móvil a la primera. El pobre ya estaba durmiendo y le desperté, lo noté enseguida por la voz. A los dos minutos estaba abajo abriéndome la puerta. Uno de sus compañeros de piso no se había dado cuenta y había cerrado la otra cerradura por dentro, de ahí que no pudiera abrir.



En toda la noche tan sólo fui capaz de tomarme una sola pinta de Guinness. Me prometí a mí mismo que sólo bebería Guinness los días de la semana que empiecen por ‘t’: Tuesdays, Thursdays, today, tomorrow, thaturdays, thundays…


Fui el hombre más feliz del mundo cuando mi cuerpo adoptó la posición horizontal. Tenía apenas 6 horas para cargar las máximas fuerzas posibles para el siguiente día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario