domingo, 21 de marzo de 2010

Las intrahistorias de Carlow

A veces en la vida son las personas más grandes y especiales las que pasan más desapercibidas, o mejor dicho, se dedican a vivir sus vidas tratando de hacer el menor ruido posible. Jamás se nos pasaría por la cabeza que detrás del jardinero que cuida el jardín de nuestra casa pudiera esconderse una historia tan apasionante.

A eso dedicó su vida el buen hombre de Jim Hutton, el que fue pareja de Freddy Mercury durante sus últimos 6 años de vida, hasta que falleció conmocionando al mundo el 24 de noviembre de 1991. Imagino lo que debe ser reponerse de un golpe así, magnificado aún más por la figura de Freddy Mercury. Algo que dolió al mundo entero, tuvo que ser terrible para las personas que más cerca estaban de él.

Jim regresó años después de aquello a su ciudad natal, Carlow. Aquí trabajó como jardinero, que era lo que a él le gustaba. Aine lo conocía bien, pues ha sido su jardinero durante los 7 últimos años. Lejos de ser una persona gris marcada por las heridas de aquel suceso, Aine dice que era una persona llena de vida, con un gran sentido del humor.

Jim murió el 1 de enero de este año, a los 61 años de edad. Aunque fue portador de VIH, no llegó a desarrollar la enfermedad y murió finalmente de cáncer.



Os dejo un extracto del libro biográfico que escribió:

En 1983 Freddie Mercury conoció al último gran amor de su vida, un barbero irlandés llamado Jim Hutton. Se vieron por primera vez en un bar gay londinense: "Cuando ocurrió, supongo que iba por mi cuarta cerveza. John Alexander, mi amante por aquel entonces, fue al cuarto de baño y aquel tipo se me acercó. Yo tenía treinta y cuatro años y él un poco más. Estaba vestido informalmente con jeans y un chaleco blanco y, como yo, llevaba bigote. Era delgado y no el tipo de hombre que yo encontraba atractivo. Prefería los hombres más grandes y toscos. "Te invito a tomar una copa", me dijo. Yo tenía una lata casi llena y contesté: "No, gracias". Después me preguntó qué estaba haciendo esa noche. "Fuera", le dije. "Sería mejor que se lo preguntaras a mi novio". El extraño se dio cuenta de que no estaba llegando a ninguna parte conmigo y dejó el asunto de lado, regresando con sus amigos del rincón.

"Alguien acaba de intentar seducirme conversando", le dije a John cuando regresó. "¿Quién fue?". "Aquél", dije, señalándolo. "Ese es Freddie Mercury", dijo él, aunque para mí no significaba nada, ni lo más mínimo. Si se hubiera tratado del jefe de personal del "Savoy Hotel" donde yo trabajaba, habría sido distinto. Pero nunca estuve al día con la música popular. Aunque la tenía en la radio todo el tiempo, no podía distinguir un grupo de otro. Nunca había oído hablar de "Queen". John no estaba irritado porque Freddie lo hubiera intentado: por el contrario, se sentía halagado de que un cantante famoso se interesara en su compañero". Tiempo después, otra noche, Freddie intentó seducirlo de nuevo. En esta ocasión Jim aceptó la copa y pasaron la noche juntos. Desde ese instante nada fue igual, todo cambió. Jim sería la persona que lo acompañaría el resto de su vida y cuidaría de él en sus últimos días.

"Una vez le pregunte por qué, de todas las personas del mundo que podía haber tenido me había elegido a mí. Me miro y me dijo: "Luchaste por mí, me ganaste". Las últimas líneas de la canción "These are the days of our lives" tienen un sentido especial para mí: "Aquellos fueron los días de nuestras vidas, las cosas malas en la vida fueron pocas. Aquellos días se fueron ahora, pero algo sigue siendo cierto cuando miro y descubro que aún te amo". Freddie fue el mayor amor de mi vida; se que nunca volveré a amar así", escribiría Jim Hutton en su libro de 1994 llamado "Mercury and me". Freddie le dejó en herencia a Jim, al cual llamaba cariñosamente "mi marido", 500.000 libras y un terrero en Irlanda para que construyera una casa. En la actualidad Jim es portador del virus del SIDA y es muy consciente de que puede desarrollar la enfermad en cualquier momento y morir, o vivir durante 50 años más. "No tengo miedo. He de seguir adelante con la ayuda de la fuerza de Freddie. Él fue realmente muy, muy fuerte en la forma en que llevó su enfermedad. Él diría: "Por favor, sigue adelante con tu vida. La vida es para vivirla".

Qué pena pensar que por tan sólo dos meses no llegué a conocerle..

Con la flor en el culo

La probabilidad de encadenar dos días seguidos sin lluvia aquí en Irlanda es altamente improbable, eso se sabe aunque no vivas aquí, porque todos tenemos la imagen de Irlanda asociada a la lluvia y los días grises. Dicen que si no lloviera tanto no habría tanto verde aquí, está claro.


Pues bien, aunque parezca mentira, yo aún no he sacado el paraguas de la maleta. Habiendo cumplido ya un mes en tierras irlandesas, sólo he visto caer un par de gotas de lluvia, esto fue el día posterior a Saint Patrick’s, y cayeron sólo durante la jornada en el colegio. Los que viven aquí saben de lo inusual que es esto, pues están acostumbrados a ver caer lluvia durante días, semanas o meses sin apenas dar un respiro.

Cuando lo comenté a las dos semanas con el resto de profesores del staff, les hablé de mi flor en el culo, y aunque les hizo mucha gracia, no la tomaron muy en serio. Pasado un mes ya todos hablan de ella como un hecho real, tangible. La prueba definitiva para convencer a los incrédulos fue el día de Saint Patrick’s, que suele venir acompañado de lluvias año tras año y que, según las predicciones meteorológicas, este año tampoco se iba a librar de ella. Afortunadamente la lluvia aguantó todo el día, y sólo se mostró tímidamente al día siguiente.

Ahora todos me quieren aquí, no vaya a ser que me vaya ¡y empiece a llover a cántaros!.

Corrí la misma suerte el año pasado en Inglaterra, ya que no cayó ni pizca de agua cuando estuve Liverpool, ni cuando estuve en Manchester o en Londres.



La leyenda de mi flor en el culo sigue creciendo…

sábado, 20 de marzo de 2010

Saint Patrick's

A Saint Patrick’s se le considera el patrón de Irlanda, aunque el suyo no fue un camino de rosas. Nació en Gales, y estando en Irlanda fue capturado por piratas irlandeses y convertido en esclavo. Logró huir para regresar a su país. Se cuenta que fue a subir a un barco de personas y no le dejaron subir a bordo, así que tuvo que hacerlo en un barco lleno de perros salvajes. Cuando el tío Patricio pronunció un par de palabras, consiguió calmar a todos los perros y domarlos. Estando de vuelta en Gales, conoció a un cura y él se convirtió. Un día tuvo un sueño, en el que volvía a Irlanda de nuevo para predicar la palabra. Y eso hizo. Fue la primera persona en todo el país que habló de Dios. Utilizó el ‘shamrock’ para explicar lo del Padre, El Hijo y El Espíritu Santo, de ahí que el ‘shamrock’ sea uno de los símbolos el país.

También se dice del ‘tío Patrix’ que expulsó a las serpientes del país. Mitos y leyendas alrededor de su figura.

Nos despertamos pronto para poder ir a la ‘St. Patrick’s parade’ que se celebra todos los años en Dublín. Víctor y yo nos teñimos el pelo completamente de verde para la ocasión y las chicas llevaron un gorrito muy gracioso, para ir todos ambientados. Tuvimos una caminata de unos 40 minutos hasta el centro. De camino paramos para comprar algunas cosillas para desayunar.

Pronto comenzamos a ver las riadas de gente que se dirigía al centro, haciéndose más anchas cuanto más cerca estábamos de allí. La marea humana en O’connell Street era impresionante. Allá donde miraras sólo veías cabezas y cabezas, todo especialmente teñido de color verde.

Nos escribieron Flo y Anna (los alemanes) para encontrarnos, y a pesar de la multitud conseguimos dar con ellos, aunque lo nuestro nos costó. Era prácticamente imposible andar por la calle. Cogimos sitio y pasaron un par de horas hasta que empezó a pasar la parade’ por donde estábamos. Durante hora y pico desfilaron todo tipo de carrozas y personas. Nos sorprendió ver a un grupo de gaiteros desfilando con un cartel en el que ponía que eran de Madrid. La ‘parade’ está entretenida, pero también creo que desde casa se debe ver mucho mejor. O mejor incluso, desde las azoteas de los edificios, como hacía bastante gente. Está bien ir una vez en la vida, para vivirlo de primera mano y formar parte del ambientillo y demás, pero no me pegaría un viaje exclusivamente para vivir ese día en Dublín. A esa conclusión llegamos todos.

Después de la ‘parade’ fuimos para Grafton Street, que estaba más llena de gente que nunca. Allí encontramos a un grupo de música que era puro espectáculo, sobre todo el violinista, que con toda la chulería del mundo se pasaba el arco por detrás de la espalda para tocar el violín. Como siempre, no pudieron resistir Alicia y Victor la tentación de salir al medio a bailar.

También nos encontramos a un par de hombres parados en mitad de la calle mostrando unos carteles con la palabra ‘Jesus’ escrita. Le pregunté a uno de ellos, para saldar mi duda, a qué ‘Jesus’ estaba buscando, y me contestó: al hijo de Dios, ¡el creador de todo lo que conocemos!. No me quedé mucho más tranquilo la verdad, porque entre tanta gente y tanto borracho que había por las calles, no estaba yo muy convencido de que fuera a ser capaz de dar con él. ¡Hasta nosotros andábamos con cuidado para no perdernos de vista! Casi habría sido más fácil poner un anuncio en el facebook…

Las horas que pasamos de pie iban notándose, así que decidimos descansar un rato sentados en el césped en ‘St. Stephen’s Green’, el mítico parque que hay al final de ‘Grafton Street’. Estaba todo llenísimo de gente por todas partes, comiendo y bebiendo en el césped, pero no alcohol. Había un control a la puerta del parque que requisaba cualquier botella que divisaban. Algunos listos pasaban las botellas por las rejas, para entrar por la puerta sin nada y volver a recoger la botella por dentro del parque más tarde. Eran las 16:00 y la gran mayoría de la gente que había por allí llevaba un buen pedal encima. Cada dos por tres veías a alguien tropezar o caerse al suelo.

A la vuelta no nos pudimos resistir a parar en nuestro querido ‘Auld Dublin’ (bautizado entre nosotros como el ‘Paula Vázquez’), uno de los bares de Temple Bar donde hemos pasado los mejores ratos, para saborear una pinta de cerveza verde que sirven tan sólo ese día. En realidad es cerveza normal, a la que le añaden otro líquido, que no tengo ni idea de en qué consistirá, para que adquiera ese color.

Ese fue nuestro último rato, y nuestro último día juntos en Irlanda. Muy buenos momentos hemos dejado aquí, y muy buenos momentos quedarán para siempre en nuestras memorias .

Estuve en la estación de autobús media hora antes de la salida prevista del bus, temiéndome que pasara algo parecido a la ida y pudiera quedarme sin sitio para volver. Allí conocí a tres españoles que estaban haciendo cola en el autobús que llevaba a Tullow, que es una ciudad vecina de Carlow. Uno de ellos me dijo: ‘¡Tío, te has teñido el pelo!’. Por dentro pensé: ‘¿no jodas, en serio?’

Hablando de Carlow me preguntaron: ‘¿no conocerás a unos tal Mari Carmen y Rafa en Carlow? Nos agregaron al facebook cuando supieron que estábamos aquí a través del profesor con el que viven.’ Creo que andan los dos como desesperados intentando localizar españoles por la zona…

Tardó otra media hora más de la prevista en llegar el autobús, así que estuve en total una hora esperando para que no hubiera casi cola. Durante el viaje pegué alguna que otra cabezada del cansancio que llevaba encima. Después de las palizasde viaje de otros días, una hora y media en el autobús se pasa volando.


Lo que hubiera dado por no tener que madrugar al día siguiente…

viernes, 19 de marzo de 2010

The day before St Patrick's

A punto estuve de quedarme fuera del autobús el martes para ir a Dublín. Estuve en la estación de Carlow un rato antes de que llegara, pero como no se forma ninguna cola, en cuanto vino el autobús la gente corrió como buitres hacia la puerta. Cuando tenía tres personas delante de mí el conductor anunció que sólo había hueco para una persona más. Suerte que los tres eran colegas y viajaban juntos, así que aproveché y subí escopetado antes de que alguno de ellos se arrepintiera o a nadie le diera por adelantarme. El siguiente bus salía dos horas más tarde, así que no era ninguna tontería…

Aproveché cuando llegué a la estación de autobuses para intentar mirar los horarios del autobús de vuelta del día siguiente. Me acerqué a preguntarle a uno de los operarios y me quedé alucinado cuando le oí rajarse a escasos dos metros de mí, y como si nada se puso a atenderme al momento, cuando le pregunté. Me pareció tan surrealista que estuve un rato riéndome sólo por la calle.

Cuando llegué al ‘Spire’ ya estaba Laura esperando allí, y en sólo cinco minutos apareció Alicia también. Lo primero que hicimos fue ir a la casa donde íbamos a pasar la noche a dejar las cosas antes de ir al centro otra vez. En Grafton Street nos encontramos al principio de la calle a un chaval joven haciendo ‘Busking’. Se le ocurrió a Laura decirle: ‘¡Toca una de Cranberries!

Nos dijo que se sabía la de ‘Zombie’, pero que no sabía cómo iba con la guitarra, así que le contesté en seguida: ‘Yo la toco para ti’. Y así fue mi primera experiencia haciendo ‘Busking’ en Grafton Street. Lástima que sólo durara dos minutos, lo que tardó en romperse una de las cuerdas de la guitarra. Yo no sabía dónde meterme. Tampoco fue realmente mi culpa, en casi 6 años tocando jamás había roto una cuerda antes. El chaval me dijo que no me preocupara, que las cuerdas eran bastante viejas. Le pregunté cuanto tiempo había estado tocando ahí, para ver si me consolaba la respuesta, pero me dijo que sólo llevaba 20 minutos, así que me sentí fatal y le dejé algo de dinero para otra cuerda. Suerte que como había muchos músicos más tocando en la misma calle, pudo conseguir rápido una cuerda para cambiarla.

Caminamos y caminamos en busca de un pub que nos habían recomendado unos policías, pero nos encontramos con una cola parecida a la que se forma en El Carmen cuando pone el Telepizza las pizzas a un euro. Volvimos por donde habíamos venido para encontrarnos con Silvia y Víctor que llegaban en tren de Limerick.

Nos acordamos mucho de Christophe durante la cena, porque estuvimos sentados al lado de la mesa donde nos dio aquél concierto improvisado un par de semanas atrás. Para salir probamos suerte por Temple Bar, aunque sabíamos que iba a estar todo a reventar. En algunos sitios nos dijeron que estaba el aforo completo, y en otros simplemente ni se nos pasó por la cabeza intentarlo…

Acabamos dando con uno que ponían música ochentera y que encima había bastante espacio para estar a gusto. Allí nos quedamos durante toda la noche. Había unos cuantos torpedos jóvenes a nuestro lado. Una torpeda perdida se nos acercó para intentar hacer migas. Menuda tupa de reír cuando la enseñamos a decir ‘torpeda’, creyendo que en realidad estaba diciendo ‘buenas noches’. Se fue hacia sus amigos repitiendo lo de torpeda en voz alta unas cuantas veces, y no pudimos parar de reír durante un rato. Sobre todo cuando al rato volvía otra vez gritando de nuevo ‘Torpedaa’.


Cuando salimos del garito nos encontramos con un chaval tocando la gaita en la calle, acompañado de un par de percusionistas. En unos pocos minutos la gente empezó a congregarse alrededor de él para bailar, torpedos y no torpedos.

El día había acabado para nosotros, que estábamos rotos. Sigo sin fiarme de muchos taxistas en Dublín. El que cogimos se lió un poco y nos llevó a una calle que no era, aunque estábamos casi al lado de la que debía coger. Tuvimos que enseñarle cómo usar su propio Gps para llegar...

Nos apañamos en la habitación que nos había prestado una amiga de Laura, durmiendo como sardinas en lata, repartidos los 5 en dos colchones. A las 4 se les acabó la cuerda a Laura y a Ali (les duró un buen rato) y caímos en sueño profundo.


PD: La foto de arriba es de una estatua de 'Thin Lizzy', al lado de Grafton Street.

Good Fart after Guinness

Gandalf tenía la clave, lo que me hizo abrir los ojos y encontrarle el sentido a aquello que se había repetido tantas y tantas veces durante el fin de semana. Cuando llegué a la estación a por mí bolsa y le dije que venía de tomarme una Guinness, suspiró profundamente y dijo: ‘Good fart after Guinness’, y todos los compañeros que estaban allí rieron a la vez que asentían más que identificados con la cabeza.

Todo comenzó el viernes para nosotros, cuando estábamos de fiesta en el Spanish Arch de Galway. Bailábamos felices, coreando los temas conocidos que tocaba la banda, disfrutando de lo lindo con el espectáculo de los torpedos cuando, de repente, aquél olor… capaz de tumbar a un gigante de cuatro metros. No ocurrió una vez, ni tampoco dos…

Al día siguiente la historia se repitió nada más y nada menos que en los ‘Cliffs of Moher’. Cuando ocurrió, nos miramos unos a otros y después alrededor, para descubrir que a unos cinco metros caminaba delante de nosotros una mole de unos 200 kilos. Iba agarrado a la mano de su novia, que no creo que se enterara del percal que iba dejando el tío a su paso. Nosotros intentamos deshacernos de la peste como pudimos, tapándonos las fosas nasales con todo tipo de recursos. ¡A punto estuvimos alguno de lanzarnos por el acantilado con tal de librarnos de ese fétido olor que nos perseguía! El hombre se debió quedar la mar de a gusto…

Tanto Ger como Aine me han dicho que es algo frecuente que ocurre desde el momento que se prohibió el consumo de tabaco en los bares y locales de toda Irlanda. No es que antes de eso no se bufaran, es que el olor del tabaco debía camuflar el resto de olores, que ahora quedan más al descubierto.

Ger también me contó un caso curioso, el de un amigo suyo, que cuando le pidió matrimonio a su novia esta aceptó con una condición; si quería casarse con ella tenía que dejar de beber Guinness, por el motivo que estoy contando aquí, claro.

La cosa es que estos irlandeses no se cortan un pelo, no tienen ningún reparo en expulsar sus gases en público. Yo me imagino que como suelen ir todos y todas tan mamados, pues no llegan a enterarse de los tufos, pero nosotros que apenas bebimos nos comimos unos cuantos durante el fin de semana…

jueves, 18 de marzo de 2010

Bebiño bebiño!!

Domingo. Esta vez sí que teníamos el desayuno incluido, así que nos apresuramos para ducharnos y bajar a desayunar antes de que la cocina cerrara. Allí estaba sentado sólo en una mesa nuestro ‘room-mate’. Nos sentamos a su lado, pero no arrancamos a hablar con él hasta que habíamos casi terminado de desayunar. Antes de bajar habíamos hecho nuestras apuestas para adivinar su nacionalidad, y ninguno acertamos. Ni italiano, ni moro ni francés. Era portugués, 24 años y su nombre era Darío, aunque para nosotros se quedó con Cristiano Ronaldo. Levaba un par de días en la ciudad, esperando a unos amigos de EEUU que llegaban justamente el domingo a Galway.

Como nuestro plan era salir a conocer la ciudad a la luz del día (realmente solo la habíamos visto de noche), le invitamos a venirse con nosotros, y él estuvo encantado. Nos entendimos hablando en español nosotros y en portugués él. Lo que no cogía uno, lo cogía el otro. Antes de dejar el hostal estuvimos un rato en una terracita que había dentro donde daba el sol. El día que hacía era increíblemente bueno, estábamos sólo en camiseta y aún así teníamos calor, porque estábamos al sol claro.

Fuimos tan ingenuos de pensar que no nos harían falta los abrigos. Así salimos a la calle, y sólo nos llevó un par de minutos darnos cuenta de que estábamos muy equivocados. El único que se resistió a coger su abrigo fue Cristiano, aunque creo que se acabó arrepintiendo más tarde…

En el par de días que había estado allí, se había dedicado a andar y andar por toda la ciudad, así que fue un excelente guía para nosotros. Nos fue llevando de un lado a otro casi con los ojos cerrados. Después de caminar a lo largo del río, ver las calles más importantes, las catedrales y demás, le pedimos que nos llevara hasta el mar.

Allí hacía más frío que en ningún otro lado, y el pobre se acordó de su abrigo más que en toda su vida. La playa estaba muy pero que muy sucia, por lo menos la parte más cercana al área urbana. Allí vimos sentada en un banco a una chica tocando la guitarra. Nos acercamos poco a poco hacia ella pensando en una buena excusa para iniciar una conversación con ella y que me acabara dejando la guitarra para tocar algo.

Cuando llegamos a ella no se me ocurrió nada mejor que decir: ‘Bonitas vistas para estar tocando la guitarra’. Después de mi lúcida frase siguieron unas cuantas más y mejores, y tras un rato hablando en inglés descubrimos que era valenciana. No tuvo ningún problema en dejarme la guitarra y pude grabar de nuevo ‘los pájaros de neón’ con otro escenario diferente de fondo…

Mis manos estaban tan congeladas que casi no conseguía ni poner los acordes, y Cristiano estaba sufriendo de lo lindo. Nos preguntamos cómo podía estar la chica allí sentada tocando la guitarra sin padecer el frío que hacía.

De vuelta hacia el centro de la ciudad, descubrimos la mayor estafa de todas las posibles. La supuesta ‘sculpture’ dedicada a Cristóbal Colón era una auténtica tomadura de pelo, pero la cosa es que viene en el mapa central de Galway como uno de los puntos de interés. También habían unos cuantos músicos haciendo 'busking'. Desde una pareja muy graciosa donde uno de los músicos tocaba sin cabeza a otros dos músicos tocando la acústica y el banjo . Cuando estábamos parados viendo a estos últimos aparecieron otra vez de la nada la pareja de Málaga (el gracioso encuentro fue filmado). Esa sería ya la última vez que les veríamos.

Cristiano estaba ya muerto de frío, así que entramos a un sitio para comer que nos había pasado totalmente desapercibido, pero a Cristiano, que era el amo de la ciudad, no se le escapaba ni un detalle. En un momento dado me levanté para ir al servicio y me encontré con que en una televisión estaban retransmitiendo la fórmula 1 en directo. Casualidades de la vida, justamente estaban en la última vuelta, y cuando vi la flecha roja liderando la carrera tuve que frotarme los ojos. Hasta que no vi Alonso en la pantalla no me podía creer que hubiera ganado. Se me pusieron los pelos de punta de la emoción que sentí en ese momento.

Nos reímos mucho con las historias que contó Cristiano y con su forma de ser. Sorprendía la falta de preocupaciones que tenía, sin duda una buena filosofía de vida. No sabía cuándo llegaban sus amigos, no le importó quién durmió con él en la habitación, no le importó venirse con nosotros… ‘Todo bien’ decía, ‘no problem’. Nos meábamos cuando nos contó que en EEUU fue a un casino con uno de sus primos y acabó ganando 600 euros, así que al día siguiente invitó a toda su gentecilla a comer en un restaurante de los caros. Fue bueno conocerle, sin duda un buen tío y muy salao.

Vaya vergüenza me hicieron pasar Ali y Laura, que le hicieron una veintena de preguntas al pobre chico acerca de sus novias/novios, girlfriends/boyfriends, enamoradas/enamorados a ver si de alguna forma le entresacaban su condición sexual, y el pobre no se enteraba bien y no decía nada concluyente, así que otra vez que iban las dos a la carga con una nueva pregunta. Yo me estaba poniendo más y más rojo a cada pregunta. Yo no sabía como echarle un capote, aunque tampoco lo necesitaba porque seguía sin enterarse de la situación. Pobrecito!


Volvimos al hostal a recoger las bolsas y a despedirnos. Mi autobús era el primero en salir. A las 15:30 cogí el bus con dirección a Athlone, donde me esperaría otro al igual que me hice en la ida. Lo que no entró en mis planes fue llegar a las 17:10 a Ahtlone y que no hubiera un bus hacia Carlow hasta las 19:20. Con tanto tiempo por delante, pensé que era una buena oportunidad para conocer la ciudad, y eso hice.

Pregunté allí mismo en la estación a uno de los conductores que estaba junto a la oficina dónde podría dejar mi bolsa de equipaje, pues era un estorbo para estar andando por allí. Me dejó dejarla dentro de la oficina, aunque me advirtió bromeando que hasta él mismo podría llevársela. Decidí fiarme y me salió bien la jugada.

Por la ciudad pasa el río Shannon. Es lo más bonito de la ciudad. Del resto poco que contar, un par de iglesias de las que hay en todas las ciudades aquí y un castillo que no pude visitar porque ya estaba cerrado.

Callejeando cerca del río llegó a mis oídos el sonido de lo que parecía un whistle. Estoy convencido de que, al igual que me pasa con la comida, tengo una especie de sexto sentido localizador GPS instalado de prefábrica. La música provenía de un pub en el que fuera aparecía una ‘session’ anunciada, así que entré sin dudarlo. Con la compañía de una buena pinta de Guinness me senté a escuchar. Aunque mucho peor que las ‘sessions’ que había visto aquí en Carlow, me sirvió para hacer algo de tiempo para el autobús.

Cuando llegué a la estación allí estaba mi bolsa intacta dentro de la oficina. El conductor ahora estaba en compañía de otros cuantos. Cuál fue mi sorpresa cuando entre ellos estaba Gandalf, el conductor que me llevó a la ida. Cuando recogí la bolsa me preguntaron qué había hecho, y les conté lo de la ‘session’ y la Guinness. Fue entonces cuando Gandalf me dio la clave, le dio sentido a un suceso que se había repetido más de lo normal durante los últimos días. Pero eso es otra historia que merece un capítulo aparte...

Hasta las 21:50 no puse los pies en casa. Long way from Galway as well…

The Cliffs Of Moher

Sábado. Dormimos muy poquitas horas, como de costumbre. Fueron las justas y necesarias para cargar un poco las pilas. El desayuno no estaba incluido, así que tuvimos que improvisar unas galletas untadas con mermelada de diferentes sabores que “cogimos prestada” del comedor del hostal.

Tuvimos la suerte de que el bus que nos llevaba de tour a los ‘Cliff of Moher’ salía de nuestro mismo hostal, así que allí mismo en la puerta nos recogió. ¿Quién estaba dentro del autobús? Efectivily! La pareja de Málaga!

El bus fue hasta la estación, a recoger al resto de personas que iban en el mismo tour. Allí nos separaron en dos autobuses diferentes, yendo los malagueños en el otro. Nuestro conductor era un cachondo, aunque luego íbamos a descubrir que el del otro autobús lo era aún más. Este no paró de hablar desde que nos subimos al autobús, contando todo tipo de cosas sobre Irlanda y sobre los paisajes que iban apareciendo a nuestro paso.

Uno de los lugares por los que pasamos fue Burren, un conjunto de paisajes rocosos de lo más atípicos aquí en Irlanda. Se supone que íbamos a ir haciendo paradas en determinados sitios, pero lo cierto es que tuvimos que hacer unas cuantas paradas más de las previstas porque había una pobre china que se mareaba y tenía que salir cada dos por tres afuera a vomitar. En una de estas, el conductor la dejó que bajara y en seguida arrancó para aparcar el autobús un poco más adelante. Por si a caso nos pensamos que iba a seguir dejando atrás a la china, nos advirtió: ‘No creáis que dejamos a la gente abandonada por aquí, voy a aparcar un momento allí delante. Se me está ocurriendo que a lo mejor tendría que traer a mi mujer un día por aquí…’

En esa parada aprovechamos para ver un Dolmen, pero nada que ver con el de Carlow. Éste era mucho más pequeño y tampoco tenía mucho de especial. También paramos más adelante para ver un cementerio, pero yo ya estoy más que acostumbrado a ver el del colegio todos los días.

El punto fuerte del recorrido son los “Cliffs of Moher”, que son unos acantilados impresionantes que están en el Condado de Claire. Cuando entramos en el condado, el conductor soltó: ‘Vamos a entrar al Condado de Claire, tener a mano los pasaportes…’ La broma al parecer es típica de Irlanda cada vez que se pasa de un condado a otro.

Los ‘Cliffs of Moher’ están considerados una de las maravillas de la naturaleza, y no me extraña. Cualquier foto, por muy buena que sea, no hace justicia a un paisaje que te desborda todos los sentidos desde el primer momento en que lo presencias. Anduvimos a lo largo de los acantilados durante un par de horas, parándonos cada dos pasos para hacer fotos. Yo casi fui engullido por un charco de barro, que me absorbió más y más los pies a cada paso que iba dando. El paseo al borde del acantilado no es ninguna tontería, nada más empezarlo nos encontramos una placa que decía: ‘En memoria de los que han perdido la vida en estos acantilado'. (He sobrevivido haciendo estos vídeos!)

Si sufres de vértigos, es mejor caminar bien alejado del borde.

Laura y Ali me convencieron para grabarme un vídeo musical con ese paisaje irrepetible de fondo, así que sin guitarra y sin nada, con un viento eso si que se cuela por la cámara, grabamos esto. Lo mejor era la cara de la gente que pasaba por nuestro lado, que se pensaba que estaríamos majaras.

Allí en los ‘Cliffs of Moher’ nos cruzamos con la pareja de malagueños, nos cruzamos con Ana y Flo (los alemanes del hostal) y también nos cruzamos con Silvia y Víctor, que fueron con otra compañía diferente, pero sólo estuvimos juntos 5 minutos porque caminábamos hacia direcciones diferentes.

El conductor nos había dejado bien clara la hora límite para regresar al bus, y aún así el tiempo se nos fue un poco de las manos y. Apuramos al máximo y nos tocó volver corriendo con la lengua fuera porque también había dejado muy claro que no pensaba esperar a nadie…

Corrimos y corrimos, cual Heidi por la pradera, adelantando a visitantes, sorteando charcos de barro, cruzándonos con los alemanes mientras nos despedíamos a gritos explicándoles que perdíamos el bus, aprovechando las cuestas abajo para ganar velocidad, haciendo señas al conductor desde a tomar por saco para que nos esperara…un espectáculo hasta que conseguimos llegar allí antes de que arrancara. Para nuestra sorpresa, nos dijo que podíamos quedarnos más tiempo y volver en otro autobús de la misma compañía que iba a regresar tres cuartos de hora más tarde, así que nos pareció buena idea y nos volvimos a bajar.

Cuando nos volvimos a encontrar con los alemanes, estoy convencido de que pensaron que éramos tan tontos de haber perdido el autobús. Hicimos bien en bajarnos, porque pudimos disfrutar un rato más de las preciosas vistas. Uno se resiste a abandonar el lugar, porque cuando lo deja es consciente de que no sabe cuánto tiempo pasará hasta volver a encontrarse allí, si es que eso llega a ocurrir…

El viaje de vuelta con el segundo conductor fue simplemente genial, un cachondeo. El conductor tendría unos 70 años. Cuando le dijimos al primer conductor que íbamos a bajarnos y volver con el otro, me dijo refiriéndose al otro: ‘Allá tú, sabrás que es su primer día en esto, no?’

Nos llevó con música celta todo el camino, con un dvd de un concierto en el que salían desde Carlos Núñez, a los Chieftains o grupos de danza tradicional irlandesa. Fue un viaje muy ameno. Además, en ese autobús era en donde viajaba la pareja de Málaga, así que fuimos prácticamente todo el camino hablando con ellos. El conductor, como a veces no podía refrenar el subidón que le producían ciertas canciones, muteaba la música para deleitarnos siguiendo él mismo cantando la canción con su más que peculiar estilo.

Nos hizo el favor de parar para poder fotografiar a un rebaño de ovejas negras, que aquí hay a porrones y nos hacía ilusión. Vimos un montón de llamas que tenían unos flequillos de lo más gracioso. Algunas parecían recién salidas de la peluquería. Otra de las veces tuvimos que detenernos para que pasara un pastor con un montón de vacas. Como volvimos bordeando el mar todo el rato, paró en otros acantilados que había muy bonitos. También paramos para ver lo que supuestamente era una cara formada entre las piedras.

Cuando llegamos a la estación de Galway, le preguntamos si de vuelta iba a pasar también por el hostal, pues habíamos dejado allí las maletas. El autobús ya se quedaba allí en la estación, porque iba a salir para llevar a la gente que venía directamente de Dublín. Lo que hizo el buen hombre, menudo crack, fue llevarnos en SU propia furgoneta a unas 10 personas antes de irse para casa. No se olvidó de traer consigo un par de Leprechauns de peluche que llevaba de copilotos en el autobús del tour.

Habíamos reservado habitación para esa noche en otro hostal, porque no hubo manera de conseguir dos noches en el mismo debido a que estaba casi todo lleno, así que recogimos las bolsas y nos fuimos a dejarlas al otro. Era una habitación de 4 personas, y cuando llegamos nos encontramos que el ‘compañero sorpresa’ ya había estado allí, porque allí estaba su bolsa y sus zapatillas. Las zapatillas nos dieron la pista de que se trataba de un chico.

Después de descansar durante un rato, fuimos para el centro. Allí habíamos quedado con los alemanes, Flo y Ana. Cenamos unas pizzas en un restaurante que estaba casi oculto a la vista. Mi agudo olfato para la comida fue lo que me hizo ver el mini cartel que lo indicaba. Había que bajar unas escaleras que no se veían desde la calle para llegar a él.

Comimos bastante bien y a un precio razonable, aunque Flo casi no sobrevive a la cena. La culpa la tuve en parte yo, que le animé a que se pidiera la pizza de 14 inch (pulgadas). Yo di buena cuenta de ella, pero el pobre Flo tardó lo suyo para poder acabarla. Aunque le veíamos sufrir bocado tras bocado, él nos contestaba con una sonrisa de oreja a oreja en la boca que todo iba bien. Acabó con ella, pero estoy convencido de que a punto estuvo también de acabar la pizza con él.

Salimos después al mismo pub que el día anterior, el ‘Spanish Arm’. Había una banda tocando, distinta a la del día anterior. Muy buenos también. Tenían un repertorio muy rockero, con temas muy de los 80. Me acordé de mi amigo el torpedo del día anterior cuando sonaron los AC DC y no estaba él para hacer de Angus Young…

A Flo le debió gustar la Guinness, porque no le duraba la pinta ni medio asalto. Estuvo esperando una media hora hasta que yo me terminé la mía y pedimos otra ronda juntos. Estando allí aparecieron Samuel y Pepi, los malagueños. Así que allí estuvimos todos juntos tomando algo hasta que no nos dio para más el fuelle.

A la vuelta en el hostal nos encontramos que nuestro “colega” ya estaba allí durmiendo. Intentamos entrar en la habitación sin hacer ruido, pero no pudimos evitar que se nos escapara la risa cuando ni Alicia, ni Laura ni yo éramos capaces de ponernos de acuerdo sobre si era un chico o una chica. Después de unos cuantos minutos ya conseguimos restablecernos y acostarnos.

Justo entonces se levantó el pobre chaval de la cama al servicio a mear, y fue entonces cuando despejó nuestras dudas. Aún así no sería la última duda del fin de semana con el pobre chaval …

lunes, 15 de marzo de 2010

Long way to Galway

Galway, esa ciudad de la que todos aquí hablan maravillas.

Llegué el viernes a casa después del colegio y preparé a toda prisa la maleta para ir corriendo a la estación autobús. El bus salió a las 17:00 de Carlow, en dirección a Athlone, que es la ciudad situada más al centro geográfico de Irlanda. Conducía un hombre muy parecido a Gandalf, con una perilla muy graciosa que se podía peinar incluso con un peine.

Me senté en primera fila como de costumbre pero, por culpa de la altura del sol, tuvo que bajar una especia de toldo que me ocultaba gran parte de la vista frontal desde mi posición. No quité ojo en todo el viaje a la vista lateral. En mi cabeza sonaba la banda sonora del Señor de los Anillos. La mayoría de las praderas te transportan temporalmente a la ‘Tierra Media’, pues los paisajes parecen propios de ‘La Comarca’. ¡Y más aún si el que conduce es un clon de Gandalf!

A mi lado había un hombre sentado de unos 60 años. Una de dos: o tengo un imán para los hombres con acento ininteligible o tengo que replantearme mi verdadero nivel de inglés… Fue duro, pero conseguí mantener una conversación con él. El hombre iba a Athlone a visitar a su hijo. Una vez en Athlone, él me echó una mano para encontrar el autobús que tenía que coger allí y que era el que llevaba a Galway.

Nada más subir al segundo autobús, escuché a una chica preguntar a la conductora (era una chica en este caso, aunque muy poco afeminada) si ya iba a salir el bus. Pregunto con un ‘Now?’ que me sonó muy español, así que afiné el oído y, efectivamente, la oí hablar en español con su pareja, que también subía al autobús.

Llegué a la estación de Galway a eso de las 21:00, cuatro horas después de haber salido de Carlow. Fue un viaje ‘larguísimo’, pero sin duda iba a merecer la pena. Nada más bajar del autobús, al ver que allí no estaban Alicia y Laura, pregunté a la pareja por una dirección. Llegaban de primeras también allí, así que no supieron decirme. Estuvimos un ratillo hablando. Eran malagueños los dos, muy simpáticos.

Cuando nos despedimos me quedé un rato esperando, pero seguía sin haber rastro de mis ‘friends’, así que probé a llamar a Alicia. El teléfono me estuvo dando problemas y no conseguía que hubiera línea, así que cada vez lo veía más negro. Me alejé un poco hacia la plaza que había cerca, para ver si venían por algún lado. Cuando conseguí hablar con Alicia me dijo que estaban en la estación de autobuses, así que la dije que salieran fuera y colgué. Llegué hasta la estación, miré dentro y no había nadie. Entonces se me encendió una lucecita y pensé que lo mismo habían más estaciones, y estábamos cada uno en una.

Volví a llamarla para decírselo, pero ninguno sabíamos llegar a la otra estación. Pregunté a gente hasta que conseguí dar con la estación en la que estaban, pero al llegar allí ni rastro de ellas. Pensé ‘Nos hemos debido de cruzar’. El móvil no me daba tono esta vez, así que volví a la primera estación. Suerte que estaban a dos minutos una de otra. Cada minuto que pasaba lo veía más y más negro. Si algo tenía seguro al principio era que estaba en Galway, pero llegó un momento en que empecé a preguntarme si realmente me había bajado allí. Cuando estaba llegando a la primera estación, vi dos sombras a lo lejos que reconocí a pesar de la distancia. Echamos a correr como en las pelis y así, media hora después de haber llegado, acabó el calvario y empezó lo bueno.

Fuimos a la habitación del hostal para poder dejar mi bolsa y salir a comer algo. En la habitación estaban Flo y Ana, un chico y una chica alemanes que compartían habitación con nosotros. Creemos que no salieron ni nada aquella noche. Nosotros cenamos lo primero y empezamos a recorrer las calles de Galway.

Las calles estaban llenas de vida. Había cantidad de pubs a ambos lados de la calle, restaurantes de todo tipo, músicos en la calle tocando a cada 20 metros, luces y banderas por todas partes (St Patrick’s está muy cerca)… Tras varias vueltas, acabamos en un pub que se llama ‘Spanish Arch’, pero que no tiene nada de español. Dentro había una banda muy chula tocando en directo. Nos quedamos allí el resto de la noche.

Es momento de hacer un inciso y hablar de los ‘torpedos’. Qué sería de Irlanda sin ellos…


Torpedos: Dícese de ciertos seres cervecívoros, entrados en sus cuarenta o cincuenta años. Habitan diariamente entre nosotros, aunque se los puede reconocer más fácilmente durante la noche. Pueden ingerir (y lo hacen) grandes cantidades de alcohol. Lideran las pistas de baile de los pubs, conocen de principio a fin todos los clásicos de ayer y hoy y su característica forma de bailar y sentir la música los destapa entre la multitud. Suelen situarse cerca del escenario, tocando instrumentos ficticios, en su mayor parte guitarras o baterías. Los torpedos suelen juntarse y asociarse con otros torpedos que los entienden (es lo que llamamos empatía), pero estos no suelen ser precisamente sus mujeres, que los controlan y vigilan a corta distancia con la porra entre las manos poniendo límites a sus excesos de euforia.

Así conocimos a Paul, el primero de los torpedos de la noche (el que se ve bailando en el video). Le dejamos a una mujer la cámara para que nos hiciese una foto y de la nada apareció Paul, sumándose para salir con nosotros en la foto. Su mujer tiraba de él mientras el pobre Paul, que sólo quería ser parte del momento, insistía para poder llegar de nuevo hacia nosotros. La mujer le acabó sacando a tirones y, después de pedirnos disculpas, le echó la bronca allí delante de todos al pobre Paul. No debió afectarle mucho, porque siguió como si nada con la alegría en el cuerpo.

El segundo torpedo fue aún mejor. Era un tío enorme, calvo. Decidí compartir mi alegría con él cuando sonó ‘Shook me all night long’ de AC DC. En un momento dado de la canción, el hombre dijo algo y se agachó para tocarse los bajos del vaquero. Yo me pensé que lo mismo le habían pisado, o que le habían echado cerveza encima, o algo similar. Lo que no me esperaba era que se remangara el pantalón por los dos lados y empezara a cruzar el pub de un lado al otro bailando al estilo ‘Angus Young’, simulando tocar la guitarra eléctrica… Aún me sigo riendo cuando le recuerdo!

Había unos cuantos torpedos más sueltos, pero sin duda estos dos fueron los más graciosos.

Por la calle había unos cuantos carros bici. Esto son personas que llevan en bici a viajeros subidos a un carro. Estuvimos hablando con uno que era de Afganistán, discutiendo sobre quién era mejor, si Messi o Cristiano. La mayoría de la gente que se monta a esos carros están borrachos perdidos, no creo ni que sepan a donde quieren ir cuando se montan, pero lo deben hacer porque les parece muy gracioso en ese momento.

Llegamos al hostal a eso de las 2, y entramos en la habitación tratando de no hacer ruido para no despertar a Flo y Ana que debían llevar sobando unas cuantas horas…

miércoles, 10 de marzo de 2010

The city of Crows


Jamás en mi vida había visto tantos cuervos en una ciudad como aquí en Carlow. En el colegio, la misma escena se repita día tras día:

Los niños salen afuera a jugar en sus recreos y los cuervos comienzan a ‘frotarse las manos’ observando todo desde una distancia prudencial. Cuando la campana suena, los niños forman en fila y se dirigen con los respectivos profesores a sus clases. Es entonces cuando los astutos y pacientes cuervos invaden el patio del colegio, en busca de todos los restos de comida que los niños han ido perdiendo entre carrera y carrera.


Es más. Incluso hay una mesa al fondo del patio donde los niños dejan sus restos de comida, para no desperdiciarla y que así por lo menos lo aprovechen los cuervos. Lo malo es que algún niño deja el almuerzo medio entero para irse corriendo a jugar con sus compañeros… Otros directamente se olvidan de abrir el almuerzo en todo el día.


Otra escena típica de todos los días:

Llevo un montón de días persiguiendo la foto, pero cada vez que nos cruzamos con ‘ellos’ no tengo mi cámara lo suficiente cerca como para que me dé tiempo a sacarla y hacer la foto. ‘Ellos’ son los ‘travellers’, Ger me dijo que algo parecido a los gitanos en España. Viajan en carro por las carreteras, arrastrados por caballos. Se les conoce como ‘travellers’ porque no viven en un sitio fijo, sino que son nómadas. Ralentizan el tráfico por cierto, igual que los ‘farmers’ o granjeros, que además de ralentizar dejan en ocasiones un buen tufo por donde pasan…

Nota: Cuando un coche se va a incorporar a una carretera y ve que viene un ‘farmer’, la reacción del conductor es pisar el acelerador y apretar el culo para intentar incorporarse como sea antes de que el granjero llegue. El éxito de la maniobra se traduce en llegar unos cuantos minutos antes o unos cuantos después...

St. Nothing's Day 2

Dicen que a quien madruga Dios le ayuda, pero no pueden decir lo mismo Pablo y Víctor. Se levantaron pronto el domingo para intentar coger un autobús temprano que les llevara a Dublín de nuevo e intentar aprovechar el máximo de tiempo posible allí. Resultó que cuando llegaron a la estación de autobuses se enteraron de que el primer autobús no salía hasta una hora y pico más tarde de lo que ellos pensaban, así que les tocó esperar un buen rato.

Para acrecentar su leyenda, Víctor llamó por teléfono porque no encontraba su billete de tren, el que ya había pagado y que le iba a llevar esa tarde de vuelta desde Dublín a Limerick. El billete apareció, estaba en una estantería de casa, pero ya no tenían tiempo de venir a por él y regresar a la parada antes de que llegara el autobús. Creo que la gracia fue buena, porque le tocó pagar bastante más para adquirir otro nuevo… ¡Yo no sé qué va a ser lo siguiente ya!

Silvia estuvo en casa hasta las 2. A esa hora cogió un autobús de vuelta a Limerick. Aine nos acercó en coche hasta la estación y después se quedó haciendo compras por el centro, así que yo aproveché y volví para casa dándome un paseo. Pasé otra vez por la calle donde aquél día me encontré a ese perro y ese gato tan salados, pero no estaban allí.


El resto del día fue un St. Nothing’s day again. Eso sí, con el sabor de boca del liderato que no se me fue en todo el día.

martes, 9 de marzo de 2010

There's poetry in a pint of Guinness

Sábado. A las 9 me puse en pie para desayunar con Christophe. A las 10:15 me esperaban en el hostal Pablo y Victor, para ir rumbo a la Guinness Factory. Chris me acompañó medio camino dando un paseo, hasta que supe cómo orientarme para dirigirme hacia el centro.

Llegué al hostal y allí estaban Pablo y Víctor terminando de desayunar. Perfectamente me podría haber puesto a desayunar allí con ellos a pesar de no haber reservado ninguna habitación, algo que hubiera sido de lo más ‘spanish’, pero ya venía servido de casa de Chris. Aún así, no viene mal saberlo para otra ocasión.

Nos llevó una media hora llegar a la Guinness Factory andando, en un paseo por la ciudad que merecía la pena hacer. Allí, a pesar de ser pronto, ya había una larga cola de gente esperando para adquirir la entrada para el tour. El ticket cuesta 11 euros, incluyendo una pinta de Guinness que te sirven en el bar que hay al final de todo el recorrido y que fue el mejor de los desayunos posibles. La exposición viaja a lo largo de los 250 años de vida de la cerveza Guinness. Se empezó a fabricar en 1770 gracias al cervecero ‘Arthur Guinness’, aunque para nosotros siempre será don Arturo Ginés.

Básicamente son 4 los ingredientes que se utilizan para hacer ese oscuro líquido sagrado. Tan sólo uno de ellos, el lúpulo, se exporta de otros países, pues las condiciones meteorológicas de Irlanda no permiten que se cultive aquí. Los otros tres ingredientes son la malta tostada (que es lo que le hace que tenga ese color característico), la levadura y el agua de manantial.

No me hubiera gustado ser tonelero de aquella época. Los pobres no podían irse de bares o tener pareja si no era con el consentimiento de su maestro.

Una de las campañas publicitarias que llevaron a cabo los de Guinness consistió en lanzar botellas al mar con publicidad en su interior. Muchas de esas botellas aún siguen viajando y apareciendo en lugares de todo el mundo. Otro slogan muy conocido es el de ‘There’s poetry in a pint of Guinness’, o el degood things come to those who wait’, que hace referencia al tiempo que hay que dejar reposar la cerveza una vez servida (unos 90 segundos), para que los gases que lleva (nitrógeno y dióxido de carbono) se disuelvan y la cerveza esté en su mejor punto.

Otra curiosidad. Si os fijáis, el logotipo de Guinness es un arpa. Las monedas de euro irlandesas llevan en su reverso el logotipo de un arpa también, pero como Guinness lo había registrado antes, cambiaron la orientación del arpa haciéndolo simétrico al otro. Vamos, que los dos son prácticamente iguales, solo que cada uno mira para un lado.

La visita tiene muchas más cosas, como el apartado dedicads a los transportes de los barriles. Había también un taller en el que te enseñaban a tirar una Guinness, pero por falta de tiempo no nos detuvimos en él.

Al final del recorrido, se encuentra el Gravity Bar 360º con vistas a toda la ciudad. Las vistas son impresionantes, la altura a la que se encuentra el bar y sus paredes acristaladas permiten ver todos los puntos de la ciudad en todas direcciones. Incluso se divisa el mar desde allí, la bahía de Dublin.

Disfrutar de la Guinness con esas vistas fue sin duda lo mejor de todo. Curioso que había gente que en vez de canjear su entrada por la pinta de Guinness, lo hacían por refrescos. Si don Arturo levantara la cabeza… Anyway, ¡nosotros sí brindamos a su salud!

Tuvimos que apresurarnos, porque Silvia estaba de camino a Carlow desde Limerick, y nosotros teníamos que coger un bus para encontrarnos con ella allí y que conocieran la ciudad donde estoy viviendo.

Cometimos el error de coger el primer taxi que vimos para llegar antes a la estación de autobuses, y pagamos la novatada… Con razón cada vez que cojo uno hago discriminación selectiva… A Pablo le debió parecer poco lo que le tuvimos que pagar al taxista, porque se bajó del taxi dejándole de regalo su mega-cámara Nikon D5000 de 500 eurazos. Por suerte, se percató a tiempo y después de una carrera eléctrica, consiguió detener el taxi antes de que se incorporara al tráfico para recuperar su cámara que estaba en el asiento. No fue el último despiste del fin de semana, y tampoco fue el primero, recuerden el del teléfono.

Tardamos hora y media tan sólo en llegar a Carlow, casi lo que tardó Victor en dejar de hablar, pues desde que pisó el autobús no paró hasta que, tras más de hora y pico, el conductor le pidió por favor que hablara un poco más bajo. Grande Victor!

Cuando llegamos, Silvia ya estaba allí en la estación. Estuvimos viendo una parte de Carlow antes de detenernos en otro Supermacs a comer algo y coger fuerzas. Salimos con el estómago más que lleno, y nada más cruzar la puerta, Victor nos detiene a todos y dice: ‘Chicos, ¿estáis seguros de que lleváis todo? ¡Mirar que no os dejéis nada!

Después de chequearnos los bolsillos todos y comprobar que llevábamos todo, nos dispusimos a andar cuando de repente sale una señora de dentro corriendo en nuestra búsqueda con una mochila en la mano… ¿De quién era? Sí… De Víctor. La avería ya es muy grande y no tiene arreglo. Haremos lo posible porque vuelva a casa con el mayor número de cosas posible, y mientras luego las recupere, no importa que vaya perdiendo cosas.


Tras reírnos durante un rato, reanudamos la marcha y les enseñé el resto de la ciudad. Disfrutamos un montón relajándonos con los cisnes que hay en el río, que se cuentan por decenas. El otro centro de atención que retuvo a mis compis fue ‘Pennys’, esa tienda al estilo ‘Primark’ donde la ropa cuesta menos que una bolsa de sugus y que está acabando con los ahorros de todos ellos.

Después de tanto andar por la ciudad, llegamos a casa cansadísimos. Preparé para cenar unos Spaguettis bolognesa que tuvieron bastante éxito entre mis invitados, al igual que lo tuvieron cuando le di a probar a Aine tan sólo una semana antes. La cena vino acompañada de dos grandes alegrías: la primera fue ese gol de Van der Vaart en el minuto 92, que nos hizo pegar un brinco de nuestras sillas y gritar como locos (escuchamos el partido en directo por la Ser.com) y la segunda fue la botella de ron Brugal que nos trajo de Madrid Pablo. ¡Chapeau por él!

Nos faltaron fuerzas para salir por la noche en Carlow, pero aún así lo pasamos muy bien quedándonos tranquilos en casa.



Bendito don Arturo Ginés, bendito el señor Andrés Brugal, y bendito ese merecido liderato!


PD: La Guinness no engorda no... tu tu ruuu...

lunes, 8 de marzo de 2010

Hair of the dog

Viernes. El despertador sonó a las 7:30 de la mañana en uno de esos días en los que odias al mundo nada más tener noticias de que sigue estando ahí fuera. El segundo pensamiento que tuve fue acordarme y cagarme en la suerte que tenía Ger en de poder quedarse hasta tarde en la cama, pues hasta las 11 no tenía que salir de casa ya que tenía que faltar a la escuela para acudir a una conferencia en Athlon. El motivo de que me mi despertador tuviera que sonar tan pronto se llama Sarah. Al no estar Ger, ella se ofreció a llevarme en coche al cole. La chica ama tanto su trabajo que llega siempre media hora antes de que empiecen la clase los niños para tenerlo todo bien preparado.

La carretera de camino al colegio pareció tener más curvas que nunca y los minutos en clase pasaron lentos durante las primeras dos horas. Después funcioné mucho mejor.

Steven me dio un consejo de esos que nunca tendré valor de seguir: se conoce como ‘Hair of the dog’. Se trata de contrarrestar el efecto de un ‘hangover’ con un buen par de pintas. Yo pinté, pero con pinturas, ayudando a algunos niños a terminar un decorado. Así me fui despejando.

Estaba deseando más que nunca que la jornada en el cole acabara, pues me esperaban planes de los buenos para el resto del día.

Nada más terminar el cole, Arny (el chico que vino a hacerle la suplencia a Ger) me acercó a la estación de autobuses de Carlow a tiempo para coger el bus de las 3.45 (según la página que consulté en internet) con rumbo a Dublin. Cuál fue mi sorpresa cuando llego y me encuentro que no existe ningún bus a esa hora y el siguiente salía a las 4.45, una hora más tarde. Así que me tocó esperar una hora, con el fresquito que hacía. No quise moverme de la parada porque me resistía a perder la esperanza de que hubiera algún otro autobús entre medias. Quería llegar a Dublín cuanto antes para aprovechar todo el tiempo posible allí.

Aunque tuve que esperar una hora, no me dio tiempo a aburrirme. Primero cometí el error de preguntar acerca del autobús a un señor mayor que estaba esperando en la parada. El hombre sólo tenía un piño en la dentadura superior, y hablaba con un acento extremadamente cerrado, por lo que me fue absolutamente imposible entender una palabra de lo que decía. El tío me comentaba cosas de vez en cuando, típicos comentarios que hace la gente cuando está esperando en algún lugar y tienen a alguien cerca con quien hablar, salvo que en este caso yo no le entendía ni una jodida palabra… Así que yo reí cuando él se reía con sus propias gracias, asentí cuando consideraba que había que hacerlo… El tío estaba tan feliz, así que no se debió dar cuenta de que no me estaba enterando de nada y debió pensar también que aquello que me estaba contando me hacía tanta gracia como le hacía a él.

Al rato de estar allí sentado, se sentó justo a mi lado una chica joven. Tardó poco en empezar a hablar conmigo. Me preguntó por mi procedencia y lo típico de qué estaba haciendo en Carlow y demás. En un momento dado, una señora mayor que estaba sentada en el mismo banco, pero en dirección opuesta a nosotros, se giró reconociendo a la chica y se saludaron cariñosamente. El autobús de la chica vino antes que el mío, así que se despidió y se subió a su bus destino a Waterford. No pasaron ni 30 segundos cuando la abuelita del banco se dirige a mí y me dice: ‘Es una buena chica. La conozco desde hace mucho tiempo. Deberíais volver a veros antes de que te vuelvas. Es una chica muy maja.’

Me hizo mucha gracia que la señora intentara hacer de celestina. Las estaciones de autobuses pueden estar llenas de historias y anécdotas. Hay mucha vida en ellas.

Llegó el autobús con destino a Dublín a la estación, pero el conductor dijo algo que no entendí y la gente no subió a él. Intenté preguntar a un par de chinos que estaban a mi lado, pero creo que entendí mejor al hombre que tenía un solo piño. Otra mujer me explicó que venía un segundo autobús que iba directamente a Dublin, sin parar por los pueblos, así que a ese me subí.

Los dos chinos estaban sentados ya en la primera fila, uno a cada lado. Por disfrutar otra vez de los paisajes, decidí sentarme al lado de uno de ellos. El tío me dio el viaje, porque se quedó dormido al instante de arrancar el autobús y su cabeza cada vez se acercaba más y más a mi hombro. Incluso me llegaba el aire que provenía de su boca abierta mientras dormía, así que sutilmente me movía de vez en cuando un poco para que cambiara su pose y se fuera hacia la ventana.

Fui incapaz de dormirme en todo el viaje, y eso que iba roto de lo poco que había dormido la noche anterior.

Me bajé en O’connell street para dirigirme al enorme monumento que se estira hacia el cielo conocido como ‘Spiral’, y que los españoles, con la finura que nos caracteriza, lo hemos bautizado de otra manera que no voy a escribir aquí. Allí me esperaba Christophe, que volvía del aeropuerto de despedir a su novia, que tiene una boda familiar en unos días en Australia. Christophe irá para allá en unos pocos días, y así mientras aprovecha estos días para hacer varias grabaciones que tenía pendiente.


Aún estando ocupado, hizo un hueco para poder verme. Tardaron poco en llegar al mismo punto Victor (que venía directo de Limerick), Laura y Alicia. Una vez juntos los 5, fuimos lo primero a buscar un sitio para comer. Fuimos una vez más al Supermacs, que tiene de todo. Después de comer, aprovechando que Christophe llevaba el violín encima, le intentamos convencer para que tocara algo en la calle mientras los demás le hacíamos los bailes. Como tenía que irse pronto, no le era posible complacernos de ese modo, pero sí lo hizo sacando allí mismo el violín y tocando una pieza para todos los que allí estábamos, mientras Victor y Alicia hacían gala una vez más de sus habilidades con el baile.


Fue un momento de lo más divertido. Cuando terminó la pieza, con aplauso incluido de las mesas contiguas entre las que se encontraban algunos españoles, apareció un gorila vestido de segurata diciéndonos que no se podía tocar allí dentro. Afortunadamente, pudimos disfrutar del cómico momento antes de que nos cortara el rollo.



Chris tuvo que irse para casa, así que el resto fuimos a dar un paseo por nuestra querida ‘Grafton Street’. Esta vez, en vez de Bono o ‘Mutefish’, nos encontramos un par de músicos tocando instrumentos de viento. Como siempre, Victor abonado a la pista. Tras marcarse unos bailes con Laura y Alicia, sacó a la pista a una expontánea siguiendo la línea de otros días. También nos encontramos en la calle a un chico en plena despedida de soltero que trataba de conseguir el mayor número de firmas de chicas en la muñeca hinchable que llevaba consigo. Nos hicimos unas cuantas fotos con él.

La siguiente parada fue la zona de Temple Bar. Una catalana mega-estúpida que trabaja por la calle de relaciones nos invitó a pasar a un garito que resultó estar desértico. Muy a lo spanish, nos echamos unos bailoteos sin consumir nada, y nos fuimos de allí a los pocos minutos después de habernos echado unas cuantas risas.

La zona de Temple Bar es una zona muy transitada, en la que te puedes encontrar a todo tipo de gente. Por ejemplo un indigente con una botella y un piti en la mano, que sangraba por la nariz de habersela partido por haber caído recientemente al suelo, y que seguía tambaleándose hasta que cayó de nuevo pegándose un buen golpe contra la pared. ¿Qué hizo cuando cayó sentado al suelo? Sin soltar el piti a pesar de la caída, se quedó allí sentado pegando otra calada al cigarro como si nada hubiese pasado.


A las 11 fuimos a recoger a Pablo, un amigo de Víctor que vino a pasar el finde con nosotros y conocer Irlanda. De camino nos encontramos a una jovencita con otro torpedo. Su amiga intentaba mantenerla en pie, pero no consiguió sujetarla y se cayó como un bolo pegándose otra buena leche contra una pared. En seguida había un corro de gente a su alrededor intentando reanimarla, pero la chica era incapaz de abrir los ojos, y cuando lo hizo, tenía la mirada completamente perdida.

Cuando volvimos a pasar por el mismo punto después de recoger a Pablo, vimos como la policía ayudaba a meter a la chica en un taxi. Cómo bebe esta gente, es impresionante.

Fuimos después de pub en pub, buscando siempre los que tenían música en directo. Así encontramos uno donde había una banda tocando, con batería, guitarra eléctrica y bajo. Tocaron versiones de clásicos de todos los tiempos. Nos gustó la música y allí nos quedamos hasta que cerca de las 3 de la mañana decidimos que era hora de irse a casa.

En el tiempo que estuvimos en ese pub Víctor perdió el móvil pero volvió a recuperarlo 20 minutos después cuando se lo encontró en la barra. Alguien lo encontró y lo dejó ahí. No iba a ser el último despiste de Victor durante el finde. Tampoco fue el primero, pues cuando llegó a Limerick el primer día tuvo que subir corriendo al autobús antes de que volviera a salir porque se había dejado el mp3 en el asiento.

Llegué en taxi a casa de Christophe. Me había dejado preparada la misma cama que utilicé la otra vez que estuve, y dejó su llave debajo del cubo de basura verde que hay en el mini jardín a la entrada de su casa. Llegué a su puerta y encontré que había 3 cubos. Como no había mucha luz, no distinguía muy bien cuál de ellos era el verde, pero aún así no fue problema dar con la llave. La llave la tenía, solo faltaba que abriera la puerta. Encajó perfecto en la cerradura, pero por más que giraba, la puerta no se abría. Probé varias veces, hasta que aluminé con mi móvil y descubrí una segunda cerradura que debía estar cerrada por dentro.

Me vi durmiendo en la calle por un momento. Suerte que Christophe respondió el móvil a la primera. El pobre ya estaba durmiendo y le desperté, lo noté enseguida por la voz. A los dos minutos estaba abajo abriéndome la puerta. Uno de sus compañeros de piso no se había dado cuenta y había cerrado la otra cerradura por dentro, de ahí que no pudiera abrir.



En toda la noche tan sólo fui capaz de tomarme una sola pinta de Guinness. Me prometí a mí mismo que sólo bebería Guinness los días de la semana que empiecen por ‘t’: Tuesdays, Thursdays, today, tomorrow, thaturdays, thundays…


Fui el hombre más feliz del mundo cuando mi cuerpo adoptó la posición horizontal. Tenía apenas 6 horas para cargar las máximas fuerzas posibles para el siguiente día.