domingo, 21 de marzo de 2010

Las intrahistorias de Carlow

A veces en la vida son las personas más grandes y especiales las que pasan más desapercibidas, o mejor dicho, se dedican a vivir sus vidas tratando de hacer el menor ruido posible. Jamás se nos pasaría por la cabeza que detrás del jardinero que cuida el jardín de nuestra casa pudiera esconderse una historia tan apasionante.

A eso dedicó su vida el buen hombre de Jim Hutton, el que fue pareja de Freddy Mercury durante sus últimos 6 años de vida, hasta que falleció conmocionando al mundo el 24 de noviembre de 1991. Imagino lo que debe ser reponerse de un golpe así, magnificado aún más por la figura de Freddy Mercury. Algo que dolió al mundo entero, tuvo que ser terrible para las personas que más cerca estaban de él.

Jim regresó años después de aquello a su ciudad natal, Carlow. Aquí trabajó como jardinero, que era lo que a él le gustaba. Aine lo conocía bien, pues ha sido su jardinero durante los 7 últimos años. Lejos de ser una persona gris marcada por las heridas de aquel suceso, Aine dice que era una persona llena de vida, con un gran sentido del humor.

Jim murió el 1 de enero de este año, a los 61 años de edad. Aunque fue portador de VIH, no llegó a desarrollar la enfermedad y murió finalmente de cáncer.



Os dejo un extracto del libro biográfico que escribió:

En 1983 Freddie Mercury conoció al último gran amor de su vida, un barbero irlandés llamado Jim Hutton. Se vieron por primera vez en un bar gay londinense: "Cuando ocurrió, supongo que iba por mi cuarta cerveza. John Alexander, mi amante por aquel entonces, fue al cuarto de baño y aquel tipo se me acercó. Yo tenía treinta y cuatro años y él un poco más. Estaba vestido informalmente con jeans y un chaleco blanco y, como yo, llevaba bigote. Era delgado y no el tipo de hombre que yo encontraba atractivo. Prefería los hombres más grandes y toscos. "Te invito a tomar una copa", me dijo. Yo tenía una lata casi llena y contesté: "No, gracias". Después me preguntó qué estaba haciendo esa noche. "Fuera", le dije. "Sería mejor que se lo preguntaras a mi novio". El extraño se dio cuenta de que no estaba llegando a ninguna parte conmigo y dejó el asunto de lado, regresando con sus amigos del rincón.

"Alguien acaba de intentar seducirme conversando", le dije a John cuando regresó. "¿Quién fue?". "Aquél", dije, señalándolo. "Ese es Freddie Mercury", dijo él, aunque para mí no significaba nada, ni lo más mínimo. Si se hubiera tratado del jefe de personal del "Savoy Hotel" donde yo trabajaba, habría sido distinto. Pero nunca estuve al día con la música popular. Aunque la tenía en la radio todo el tiempo, no podía distinguir un grupo de otro. Nunca había oído hablar de "Queen". John no estaba irritado porque Freddie lo hubiera intentado: por el contrario, se sentía halagado de que un cantante famoso se interesara en su compañero". Tiempo después, otra noche, Freddie intentó seducirlo de nuevo. En esta ocasión Jim aceptó la copa y pasaron la noche juntos. Desde ese instante nada fue igual, todo cambió. Jim sería la persona que lo acompañaría el resto de su vida y cuidaría de él en sus últimos días.

"Una vez le pregunte por qué, de todas las personas del mundo que podía haber tenido me había elegido a mí. Me miro y me dijo: "Luchaste por mí, me ganaste". Las últimas líneas de la canción "These are the days of our lives" tienen un sentido especial para mí: "Aquellos fueron los días de nuestras vidas, las cosas malas en la vida fueron pocas. Aquellos días se fueron ahora, pero algo sigue siendo cierto cuando miro y descubro que aún te amo". Freddie fue el mayor amor de mi vida; se que nunca volveré a amar así", escribiría Jim Hutton en su libro de 1994 llamado "Mercury and me". Freddie le dejó en herencia a Jim, al cual llamaba cariñosamente "mi marido", 500.000 libras y un terrero en Irlanda para que construyera una casa. En la actualidad Jim es portador del virus del SIDA y es muy consciente de que puede desarrollar la enfermad en cualquier momento y morir, o vivir durante 50 años más. "No tengo miedo. He de seguir adelante con la ayuda de la fuerza de Freddie. Él fue realmente muy, muy fuerte en la forma en que llevó su enfermedad. Él diría: "Por favor, sigue adelante con tu vida. La vida es para vivirla".

Qué pena pensar que por tan sólo dos meses no llegué a conocerle..

Con la flor en el culo

La probabilidad de encadenar dos días seguidos sin lluvia aquí en Irlanda es altamente improbable, eso se sabe aunque no vivas aquí, porque todos tenemos la imagen de Irlanda asociada a la lluvia y los días grises. Dicen que si no lloviera tanto no habría tanto verde aquí, está claro.


Pues bien, aunque parezca mentira, yo aún no he sacado el paraguas de la maleta. Habiendo cumplido ya un mes en tierras irlandesas, sólo he visto caer un par de gotas de lluvia, esto fue el día posterior a Saint Patrick’s, y cayeron sólo durante la jornada en el colegio. Los que viven aquí saben de lo inusual que es esto, pues están acostumbrados a ver caer lluvia durante días, semanas o meses sin apenas dar un respiro.

Cuando lo comenté a las dos semanas con el resto de profesores del staff, les hablé de mi flor en el culo, y aunque les hizo mucha gracia, no la tomaron muy en serio. Pasado un mes ya todos hablan de ella como un hecho real, tangible. La prueba definitiva para convencer a los incrédulos fue el día de Saint Patrick’s, que suele venir acompañado de lluvias año tras año y que, según las predicciones meteorológicas, este año tampoco se iba a librar de ella. Afortunadamente la lluvia aguantó todo el día, y sólo se mostró tímidamente al día siguiente.

Ahora todos me quieren aquí, no vaya a ser que me vaya ¡y empiece a llover a cántaros!.

Corrí la misma suerte el año pasado en Inglaterra, ya que no cayó ni pizca de agua cuando estuve Liverpool, ni cuando estuve en Manchester o en Londres.



La leyenda de mi flor en el culo sigue creciendo…

sábado, 20 de marzo de 2010

Saint Patrick's

A Saint Patrick’s se le considera el patrón de Irlanda, aunque el suyo no fue un camino de rosas. Nació en Gales, y estando en Irlanda fue capturado por piratas irlandeses y convertido en esclavo. Logró huir para regresar a su país. Se cuenta que fue a subir a un barco de personas y no le dejaron subir a bordo, así que tuvo que hacerlo en un barco lleno de perros salvajes. Cuando el tío Patricio pronunció un par de palabras, consiguió calmar a todos los perros y domarlos. Estando de vuelta en Gales, conoció a un cura y él se convirtió. Un día tuvo un sueño, en el que volvía a Irlanda de nuevo para predicar la palabra. Y eso hizo. Fue la primera persona en todo el país que habló de Dios. Utilizó el ‘shamrock’ para explicar lo del Padre, El Hijo y El Espíritu Santo, de ahí que el ‘shamrock’ sea uno de los símbolos el país.

También se dice del ‘tío Patrix’ que expulsó a las serpientes del país. Mitos y leyendas alrededor de su figura.

Nos despertamos pronto para poder ir a la ‘St. Patrick’s parade’ que se celebra todos los años en Dublín. Víctor y yo nos teñimos el pelo completamente de verde para la ocasión y las chicas llevaron un gorrito muy gracioso, para ir todos ambientados. Tuvimos una caminata de unos 40 minutos hasta el centro. De camino paramos para comprar algunas cosillas para desayunar.

Pronto comenzamos a ver las riadas de gente que se dirigía al centro, haciéndose más anchas cuanto más cerca estábamos de allí. La marea humana en O’connell Street era impresionante. Allá donde miraras sólo veías cabezas y cabezas, todo especialmente teñido de color verde.

Nos escribieron Flo y Anna (los alemanes) para encontrarnos, y a pesar de la multitud conseguimos dar con ellos, aunque lo nuestro nos costó. Era prácticamente imposible andar por la calle. Cogimos sitio y pasaron un par de horas hasta que empezó a pasar la parade’ por donde estábamos. Durante hora y pico desfilaron todo tipo de carrozas y personas. Nos sorprendió ver a un grupo de gaiteros desfilando con un cartel en el que ponía que eran de Madrid. La ‘parade’ está entretenida, pero también creo que desde casa se debe ver mucho mejor. O mejor incluso, desde las azoteas de los edificios, como hacía bastante gente. Está bien ir una vez en la vida, para vivirlo de primera mano y formar parte del ambientillo y demás, pero no me pegaría un viaje exclusivamente para vivir ese día en Dublín. A esa conclusión llegamos todos.

Después de la ‘parade’ fuimos para Grafton Street, que estaba más llena de gente que nunca. Allí encontramos a un grupo de música que era puro espectáculo, sobre todo el violinista, que con toda la chulería del mundo se pasaba el arco por detrás de la espalda para tocar el violín. Como siempre, no pudieron resistir Alicia y Victor la tentación de salir al medio a bailar.

También nos encontramos a un par de hombres parados en mitad de la calle mostrando unos carteles con la palabra ‘Jesus’ escrita. Le pregunté a uno de ellos, para saldar mi duda, a qué ‘Jesus’ estaba buscando, y me contestó: al hijo de Dios, ¡el creador de todo lo que conocemos!. No me quedé mucho más tranquilo la verdad, porque entre tanta gente y tanto borracho que había por las calles, no estaba yo muy convencido de que fuera a ser capaz de dar con él. ¡Hasta nosotros andábamos con cuidado para no perdernos de vista! Casi habría sido más fácil poner un anuncio en el facebook…

Las horas que pasamos de pie iban notándose, así que decidimos descansar un rato sentados en el césped en ‘St. Stephen’s Green’, el mítico parque que hay al final de ‘Grafton Street’. Estaba todo llenísimo de gente por todas partes, comiendo y bebiendo en el césped, pero no alcohol. Había un control a la puerta del parque que requisaba cualquier botella que divisaban. Algunos listos pasaban las botellas por las rejas, para entrar por la puerta sin nada y volver a recoger la botella por dentro del parque más tarde. Eran las 16:00 y la gran mayoría de la gente que había por allí llevaba un buen pedal encima. Cada dos por tres veías a alguien tropezar o caerse al suelo.

A la vuelta no nos pudimos resistir a parar en nuestro querido ‘Auld Dublin’ (bautizado entre nosotros como el ‘Paula Vázquez’), uno de los bares de Temple Bar donde hemos pasado los mejores ratos, para saborear una pinta de cerveza verde que sirven tan sólo ese día. En realidad es cerveza normal, a la que le añaden otro líquido, que no tengo ni idea de en qué consistirá, para que adquiera ese color.

Ese fue nuestro último rato, y nuestro último día juntos en Irlanda. Muy buenos momentos hemos dejado aquí, y muy buenos momentos quedarán para siempre en nuestras memorias .

Estuve en la estación de autobús media hora antes de la salida prevista del bus, temiéndome que pasara algo parecido a la ida y pudiera quedarme sin sitio para volver. Allí conocí a tres españoles que estaban haciendo cola en el autobús que llevaba a Tullow, que es una ciudad vecina de Carlow. Uno de ellos me dijo: ‘¡Tío, te has teñido el pelo!’. Por dentro pensé: ‘¿no jodas, en serio?’

Hablando de Carlow me preguntaron: ‘¿no conocerás a unos tal Mari Carmen y Rafa en Carlow? Nos agregaron al facebook cuando supieron que estábamos aquí a través del profesor con el que viven.’ Creo que andan los dos como desesperados intentando localizar españoles por la zona…

Tardó otra media hora más de la prevista en llegar el autobús, así que estuve en total una hora esperando para que no hubiera casi cola. Durante el viaje pegué alguna que otra cabezada del cansancio que llevaba encima. Después de las palizasde viaje de otros días, una hora y media en el autobús se pasa volando.


Lo que hubiera dado por no tener que madrugar al día siguiente…

viernes, 19 de marzo de 2010

The day before St Patrick's

A punto estuve de quedarme fuera del autobús el martes para ir a Dublín. Estuve en la estación de Carlow un rato antes de que llegara, pero como no se forma ninguna cola, en cuanto vino el autobús la gente corrió como buitres hacia la puerta. Cuando tenía tres personas delante de mí el conductor anunció que sólo había hueco para una persona más. Suerte que los tres eran colegas y viajaban juntos, así que aproveché y subí escopetado antes de que alguno de ellos se arrepintiera o a nadie le diera por adelantarme. El siguiente bus salía dos horas más tarde, así que no era ninguna tontería…

Aproveché cuando llegué a la estación de autobuses para intentar mirar los horarios del autobús de vuelta del día siguiente. Me acerqué a preguntarle a uno de los operarios y me quedé alucinado cuando le oí rajarse a escasos dos metros de mí, y como si nada se puso a atenderme al momento, cuando le pregunté. Me pareció tan surrealista que estuve un rato riéndome sólo por la calle.

Cuando llegué al ‘Spire’ ya estaba Laura esperando allí, y en sólo cinco minutos apareció Alicia también. Lo primero que hicimos fue ir a la casa donde íbamos a pasar la noche a dejar las cosas antes de ir al centro otra vez. En Grafton Street nos encontramos al principio de la calle a un chaval joven haciendo ‘Busking’. Se le ocurrió a Laura decirle: ‘¡Toca una de Cranberries!

Nos dijo que se sabía la de ‘Zombie’, pero que no sabía cómo iba con la guitarra, así que le contesté en seguida: ‘Yo la toco para ti’. Y así fue mi primera experiencia haciendo ‘Busking’ en Grafton Street. Lástima que sólo durara dos minutos, lo que tardó en romperse una de las cuerdas de la guitarra. Yo no sabía dónde meterme. Tampoco fue realmente mi culpa, en casi 6 años tocando jamás había roto una cuerda antes. El chaval me dijo que no me preocupara, que las cuerdas eran bastante viejas. Le pregunté cuanto tiempo había estado tocando ahí, para ver si me consolaba la respuesta, pero me dijo que sólo llevaba 20 minutos, así que me sentí fatal y le dejé algo de dinero para otra cuerda. Suerte que como había muchos músicos más tocando en la misma calle, pudo conseguir rápido una cuerda para cambiarla.

Caminamos y caminamos en busca de un pub que nos habían recomendado unos policías, pero nos encontramos con una cola parecida a la que se forma en El Carmen cuando pone el Telepizza las pizzas a un euro. Volvimos por donde habíamos venido para encontrarnos con Silvia y Víctor que llegaban en tren de Limerick.

Nos acordamos mucho de Christophe durante la cena, porque estuvimos sentados al lado de la mesa donde nos dio aquél concierto improvisado un par de semanas atrás. Para salir probamos suerte por Temple Bar, aunque sabíamos que iba a estar todo a reventar. En algunos sitios nos dijeron que estaba el aforo completo, y en otros simplemente ni se nos pasó por la cabeza intentarlo…

Acabamos dando con uno que ponían música ochentera y que encima había bastante espacio para estar a gusto. Allí nos quedamos durante toda la noche. Había unos cuantos torpedos jóvenes a nuestro lado. Una torpeda perdida se nos acercó para intentar hacer migas. Menuda tupa de reír cuando la enseñamos a decir ‘torpeda’, creyendo que en realidad estaba diciendo ‘buenas noches’. Se fue hacia sus amigos repitiendo lo de torpeda en voz alta unas cuantas veces, y no pudimos parar de reír durante un rato. Sobre todo cuando al rato volvía otra vez gritando de nuevo ‘Torpedaa’.


Cuando salimos del garito nos encontramos con un chaval tocando la gaita en la calle, acompañado de un par de percusionistas. En unos pocos minutos la gente empezó a congregarse alrededor de él para bailar, torpedos y no torpedos.

El día había acabado para nosotros, que estábamos rotos. Sigo sin fiarme de muchos taxistas en Dublín. El que cogimos se lió un poco y nos llevó a una calle que no era, aunque estábamos casi al lado de la que debía coger. Tuvimos que enseñarle cómo usar su propio Gps para llegar...

Nos apañamos en la habitación que nos había prestado una amiga de Laura, durmiendo como sardinas en lata, repartidos los 5 en dos colchones. A las 4 se les acabó la cuerda a Laura y a Ali (les duró un buen rato) y caímos en sueño profundo.


PD: La foto de arriba es de una estatua de 'Thin Lizzy', al lado de Grafton Street.

Good Fart after Guinness

Gandalf tenía la clave, lo que me hizo abrir los ojos y encontrarle el sentido a aquello que se había repetido tantas y tantas veces durante el fin de semana. Cuando llegué a la estación a por mí bolsa y le dije que venía de tomarme una Guinness, suspiró profundamente y dijo: ‘Good fart after Guinness’, y todos los compañeros que estaban allí rieron a la vez que asentían más que identificados con la cabeza.

Todo comenzó el viernes para nosotros, cuando estábamos de fiesta en el Spanish Arch de Galway. Bailábamos felices, coreando los temas conocidos que tocaba la banda, disfrutando de lo lindo con el espectáculo de los torpedos cuando, de repente, aquél olor… capaz de tumbar a un gigante de cuatro metros. No ocurrió una vez, ni tampoco dos…

Al día siguiente la historia se repitió nada más y nada menos que en los ‘Cliffs of Moher’. Cuando ocurrió, nos miramos unos a otros y después alrededor, para descubrir que a unos cinco metros caminaba delante de nosotros una mole de unos 200 kilos. Iba agarrado a la mano de su novia, que no creo que se enterara del percal que iba dejando el tío a su paso. Nosotros intentamos deshacernos de la peste como pudimos, tapándonos las fosas nasales con todo tipo de recursos. ¡A punto estuvimos alguno de lanzarnos por el acantilado con tal de librarnos de ese fétido olor que nos perseguía! El hombre se debió quedar la mar de a gusto…

Tanto Ger como Aine me han dicho que es algo frecuente que ocurre desde el momento que se prohibió el consumo de tabaco en los bares y locales de toda Irlanda. No es que antes de eso no se bufaran, es que el olor del tabaco debía camuflar el resto de olores, que ahora quedan más al descubierto.

Ger también me contó un caso curioso, el de un amigo suyo, que cuando le pidió matrimonio a su novia esta aceptó con una condición; si quería casarse con ella tenía que dejar de beber Guinness, por el motivo que estoy contando aquí, claro.

La cosa es que estos irlandeses no se cortan un pelo, no tienen ningún reparo en expulsar sus gases en público. Yo me imagino que como suelen ir todos y todas tan mamados, pues no llegan a enterarse de los tufos, pero nosotros que apenas bebimos nos comimos unos cuantos durante el fin de semana…

jueves, 18 de marzo de 2010

Bebiño bebiño!!

Domingo. Esta vez sí que teníamos el desayuno incluido, así que nos apresuramos para ducharnos y bajar a desayunar antes de que la cocina cerrara. Allí estaba sentado sólo en una mesa nuestro ‘room-mate’. Nos sentamos a su lado, pero no arrancamos a hablar con él hasta que habíamos casi terminado de desayunar. Antes de bajar habíamos hecho nuestras apuestas para adivinar su nacionalidad, y ninguno acertamos. Ni italiano, ni moro ni francés. Era portugués, 24 años y su nombre era Darío, aunque para nosotros se quedó con Cristiano Ronaldo. Levaba un par de días en la ciudad, esperando a unos amigos de EEUU que llegaban justamente el domingo a Galway.

Como nuestro plan era salir a conocer la ciudad a la luz del día (realmente solo la habíamos visto de noche), le invitamos a venirse con nosotros, y él estuvo encantado. Nos entendimos hablando en español nosotros y en portugués él. Lo que no cogía uno, lo cogía el otro. Antes de dejar el hostal estuvimos un rato en una terracita que había dentro donde daba el sol. El día que hacía era increíblemente bueno, estábamos sólo en camiseta y aún así teníamos calor, porque estábamos al sol claro.

Fuimos tan ingenuos de pensar que no nos harían falta los abrigos. Así salimos a la calle, y sólo nos llevó un par de minutos darnos cuenta de que estábamos muy equivocados. El único que se resistió a coger su abrigo fue Cristiano, aunque creo que se acabó arrepintiendo más tarde…

En el par de días que había estado allí, se había dedicado a andar y andar por toda la ciudad, así que fue un excelente guía para nosotros. Nos fue llevando de un lado a otro casi con los ojos cerrados. Después de caminar a lo largo del río, ver las calles más importantes, las catedrales y demás, le pedimos que nos llevara hasta el mar.

Allí hacía más frío que en ningún otro lado, y el pobre se acordó de su abrigo más que en toda su vida. La playa estaba muy pero que muy sucia, por lo menos la parte más cercana al área urbana. Allí vimos sentada en un banco a una chica tocando la guitarra. Nos acercamos poco a poco hacia ella pensando en una buena excusa para iniciar una conversación con ella y que me acabara dejando la guitarra para tocar algo.

Cuando llegamos a ella no se me ocurrió nada mejor que decir: ‘Bonitas vistas para estar tocando la guitarra’. Después de mi lúcida frase siguieron unas cuantas más y mejores, y tras un rato hablando en inglés descubrimos que era valenciana. No tuvo ningún problema en dejarme la guitarra y pude grabar de nuevo ‘los pájaros de neón’ con otro escenario diferente de fondo…

Mis manos estaban tan congeladas que casi no conseguía ni poner los acordes, y Cristiano estaba sufriendo de lo lindo. Nos preguntamos cómo podía estar la chica allí sentada tocando la guitarra sin padecer el frío que hacía.

De vuelta hacia el centro de la ciudad, descubrimos la mayor estafa de todas las posibles. La supuesta ‘sculpture’ dedicada a Cristóbal Colón era una auténtica tomadura de pelo, pero la cosa es que viene en el mapa central de Galway como uno de los puntos de interés. También habían unos cuantos músicos haciendo 'busking'. Desde una pareja muy graciosa donde uno de los músicos tocaba sin cabeza a otros dos músicos tocando la acústica y el banjo . Cuando estábamos parados viendo a estos últimos aparecieron otra vez de la nada la pareja de Málaga (el gracioso encuentro fue filmado). Esa sería ya la última vez que les veríamos.

Cristiano estaba ya muerto de frío, así que entramos a un sitio para comer que nos había pasado totalmente desapercibido, pero a Cristiano, que era el amo de la ciudad, no se le escapaba ni un detalle. En un momento dado me levanté para ir al servicio y me encontré con que en una televisión estaban retransmitiendo la fórmula 1 en directo. Casualidades de la vida, justamente estaban en la última vuelta, y cuando vi la flecha roja liderando la carrera tuve que frotarme los ojos. Hasta que no vi Alonso en la pantalla no me podía creer que hubiera ganado. Se me pusieron los pelos de punta de la emoción que sentí en ese momento.

Nos reímos mucho con las historias que contó Cristiano y con su forma de ser. Sorprendía la falta de preocupaciones que tenía, sin duda una buena filosofía de vida. No sabía cuándo llegaban sus amigos, no le importó quién durmió con él en la habitación, no le importó venirse con nosotros… ‘Todo bien’ decía, ‘no problem’. Nos meábamos cuando nos contó que en EEUU fue a un casino con uno de sus primos y acabó ganando 600 euros, así que al día siguiente invitó a toda su gentecilla a comer en un restaurante de los caros. Fue bueno conocerle, sin duda un buen tío y muy salao.

Vaya vergüenza me hicieron pasar Ali y Laura, que le hicieron una veintena de preguntas al pobre chico acerca de sus novias/novios, girlfriends/boyfriends, enamoradas/enamorados a ver si de alguna forma le entresacaban su condición sexual, y el pobre no se enteraba bien y no decía nada concluyente, así que otra vez que iban las dos a la carga con una nueva pregunta. Yo me estaba poniendo más y más rojo a cada pregunta. Yo no sabía como echarle un capote, aunque tampoco lo necesitaba porque seguía sin enterarse de la situación. Pobrecito!


Volvimos al hostal a recoger las bolsas y a despedirnos. Mi autobús era el primero en salir. A las 15:30 cogí el bus con dirección a Athlone, donde me esperaría otro al igual que me hice en la ida. Lo que no entró en mis planes fue llegar a las 17:10 a Ahtlone y que no hubiera un bus hacia Carlow hasta las 19:20. Con tanto tiempo por delante, pensé que era una buena oportunidad para conocer la ciudad, y eso hice.

Pregunté allí mismo en la estación a uno de los conductores que estaba junto a la oficina dónde podría dejar mi bolsa de equipaje, pues era un estorbo para estar andando por allí. Me dejó dejarla dentro de la oficina, aunque me advirtió bromeando que hasta él mismo podría llevársela. Decidí fiarme y me salió bien la jugada.

Por la ciudad pasa el río Shannon. Es lo más bonito de la ciudad. Del resto poco que contar, un par de iglesias de las que hay en todas las ciudades aquí y un castillo que no pude visitar porque ya estaba cerrado.

Callejeando cerca del río llegó a mis oídos el sonido de lo que parecía un whistle. Estoy convencido de que, al igual que me pasa con la comida, tengo una especie de sexto sentido localizador GPS instalado de prefábrica. La música provenía de un pub en el que fuera aparecía una ‘session’ anunciada, así que entré sin dudarlo. Con la compañía de una buena pinta de Guinness me senté a escuchar. Aunque mucho peor que las ‘sessions’ que había visto aquí en Carlow, me sirvió para hacer algo de tiempo para el autobús.

Cuando llegué a la estación allí estaba mi bolsa intacta dentro de la oficina. El conductor ahora estaba en compañía de otros cuantos. Cuál fue mi sorpresa cuando entre ellos estaba Gandalf, el conductor que me llevó a la ida. Cuando recogí la bolsa me preguntaron qué había hecho, y les conté lo de la ‘session’ y la Guinness. Fue entonces cuando Gandalf me dio la clave, le dio sentido a un suceso que se había repetido más de lo normal durante los últimos días. Pero eso es otra historia que merece un capítulo aparte...

Hasta las 21:50 no puse los pies en casa. Long way from Galway as well…

The Cliffs Of Moher

Sábado. Dormimos muy poquitas horas, como de costumbre. Fueron las justas y necesarias para cargar un poco las pilas. El desayuno no estaba incluido, así que tuvimos que improvisar unas galletas untadas con mermelada de diferentes sabores que “cogimos prestada” del comedor del hostal.

Tuvimos la suerte de que el bus que nos llevaba de tour a los ‘Cliff of Moher’ salía de nuestro mismo hostal, así que allí mismo en la puerta nos recogió. ¿Quién estaba dentro del autobús? Efectivily! La pareja de Málaga!

El bus fue hasta la estación, a recoger al resto de personas que iban en el mismo tour. Allí nos separaron en dos autobuses diferentes, yendo los malagueños en el otro. Nuestro conductor era un cachondo, aunque luego íbamos a descubrir que el del otro autobús lo era aún más. Este no paró de hablar desde que nos subimos al autobús, contando todo tipo de cosas sobre Irlanda y sobre los paisajes que iban apareciendo a nuestro paso.

Uno de los lugares por los que pasamos fue Burren, un conjunto de paisajes rocosos de lo más atípicos aquí en Irlanda. Se supone que íbamos a ir haciendo paradas en determinados sitios, pero lo cierto es que tuvimos que hacer unas cuantas paradas más de las previstas porque había una pobre china que se mareaba y tenía que salir cada dos por tres afuera a vomitar. En una de estas, el conductor la dejó que bajara y en seguida arrancó para aparcar el autobús un poco más adelante. Por si a caso nos pensamos que iba a seguir dejando atrás a la china, nos advirtió: ‘No creáis que dejamos a la gente abandonada por aquí, voy a aparcar un momento allí delante. Se me está ocurriendo que a lo mejor tendría que traer a mi mujer un día por aquí…’

En esa parada aprovechamos para ver un Dolmen, pero nada que ver con el de Carlow. Éste era mucho más pequeño y tampoco tenía mucho de especial. También paramos más adelante para ver un cementerio, pero yo ya estoy más que acostumbrado a ver el del colegio todos los días.

El punto fuerte del recorrido son los “Cliffs of Moher”, que son unos acantilados impresionantes que están en el Condado de Claire. Cuando entramos en el condado, el conductor soltó: ‘Vamos a entrar al Condado de Claire, tener a mano los pasaportes…’ La broma al parecer es típica de Irlanda cada vez que se pasa de un condado a otro.

Los ‘Cliffs of Moher’ están considerados una de las maravillas de la naturaleza, y no me extraña. Cualquier foto, por muy buena que sea, no hace justicia a un paisaje que te desborda todos los sentidos desde el primer momento en que lo presencias. Anduvimos a lo largo de los acantilados durante un par de horas, parándonos cada dos pasos para hacer fotos. Yo casi fui engullido por un charco de barro, que me absorbió más y más los pies a cada paso que iba dando. El paseo al borde del acantilado no es ninguna tontería, nada más empezarlo nos encontramos una placa que decía: ‘En memoria de los que han perdido la vida en estos acantilado'. (He sobrevivido haciendo estos vídeos!)

Si sufres de vértigos, es mejor caminar bien alejado del borde.

Laura y Ali me convencieron para grabarme un vídeo musical con ese paisaje irrepetible de fondo, así que sin guitarra y sin nada, con un viento eso si que se cuela por la cámara, grabamos esto. Lo mejor era la cara de la gente que pasaba por nuestro lado, que se pensaba que estaríamos majaras.

Allí en los ‘Cliffs of Moher’ nos cruzamos con la pareja de malagueños, nos cruzamos con Ana y Flo (los alemanes del hostal) y también nos cruzamos con Silvia y Víctor, que fueron con otra compañía diferente, pero sólo estuvimos juntos 5 minutos porque caminábamos hacia direcciones diferentes.

El conductor nos había dejado bien clara la hora límite para regresar al bus, y aún así el tiempo se nos fue un poco de las manos y. Apuramos al máximo y nos tocó volver corriendo con la lengua fuera porque también había dejado muy claro que no pensaba esperar a nadie…

Corrimos y corrimos, cual Heidi por la pradera, adelantando a visitantes, sorteando charcos de barro, cruzándonos con los alemanes mientras nos despedíamos a gritos explicándoles que perdíamos el bus, aprovechando las cuestas abajo para ganar velocidad, haciendo señas al conductor desde a tomar por saco para que nos esperara…un espectáculo hasta que conseguimos llegar allí antes de que arrancara. Para nuestra sorpresa, nos dijo que podíamos quedarnos más tiempo y volver en otro autobús de la misma compañía que iba a regresar tres cuartos de hora más tarde, así que nos pareció buena idea y nos volvimos a bajar.

Cuando nos volvimos a encontrar con los alemanes, estoy convencido de que pensaron que éramos tan tontos de haber perdido el autobús. Hicimos bien en bajarnos, porque pudimos disfrutar un rato más de las preciosas vistas. Uno se resiste a abandonar el lugar, porque cuando lo deja es consciente de que no sabe cuánto tiempo pasará hasta volver a encontrarse allí, si es que eso llega a ocurrir…

El viaje de vuelta con el segundo conductor fue simplemente genial, un cachondeo. El conductor tendría unos 70 años. Cuando le dijimos al primer conductor que íbamos a bajarnos y volver con el otro, me dijo refiriéndose al otro: ‘Allá tú, sabrás que es su primer día en esto, no?’

Nos llevó con música celta todo el camino, con un dvd de un concierto en el que salían desde Carlos Núñez, a los Chieftains o grupos de danza tradicional irlandesa. Fue un viaje muy ameno. Además, en ese autobús era en donde viajaba la pareja de Málaga, así que fuimos prácticamente todo el camino hablando con ellos. El conductor, como a veces no podía refrenar el subidón que le producían ciertas canciones, muteaba la música para deleitarnos siguiendo él mismo cantando la canción con su más que peculiar estilo.

Nos hizo el favor de parar para poder fotografiar a un rebaño de ovejas negras, que aquí hay a porrones y nos hacía ilusión. Vimos un montón de llamas que tenían unos flequillos de lo más gracioso. Algunas parecían recién salidas de la peluquería. Otra de las veces tuvimos que detenernos para que pasara un pastor con un montón de vacas. Como volvimos bordeando el mar todo el rato, paró en otros acantilados que había muy bonitos. También paramos para ver lo que supuestamente era una cara formada entre las piedras.

Cuando llegamos a la estación de Galway, le preguntamos si de vuelta iba a pasar también por el hostal, pues habíamos dejado allí las maletas. El autobús ya se quedaba allí en la estación, porque iba a salir para llevar a la gente que venía directamente de Dublín. Lo que hizo el buen hombre, menudo crack, fue llevarnos en SU propia furgoneta a unas 10 personas antes de irse para casa. No se olvidó de traer consigo un par de Leprechauns de peluche que llevaba de copilotos en el autobús del tour.

Habíamos reservado habitación para esa noche en otro hostal, porque no hubo manera de conseguir dos noches en el mismo debido a que estaba casi todo lleno, así que recogimos las bolsas y nos fuimos a dejarlas al otro. Era una habitación de 4 personas, y cuando llegamos nos encontramos que el ‘compañero sorpresa’ ya había estado allí, porque allí estaba su bolsa y sus zapatillas. Las zapatillas nos dieron la pista de que se trataba de un chico.

Después de descansar durante un rato, fuimos para el centro. Allí habíamos quedado con los alemanes, Flo y Ana. Cenamos unas pizzas en un restaurante que estaba casi oculto a la vista. Mi agudo olfato para la comida fue lo que me hizo ver el mini cartel que lo indicaba. Había que bajar unas escaleras que no se veían desde la calle para llegar a él.

Comimos bastante bien y a un precio razonable, aunque Flo casi no sobrevive a la cena. La culpa la tuve en parte yo, que le animé a que se pidiera la pizza de 14 inch (pulgadas). Yo di buena cuenta de ella, pero el pobre Flo tardó lo suyo para poder acabarla. Aunque le veíamos sufrir bocado tras bocado, él nos contestaba con una sonrisa de oreja a oreja en la boca que todo iba bien. Acabó con ella, pero estoy convencido de que a punto estuvo también de acabar la pizza con él.

Salimos después al mismo pub que el día anterior, el ‘Spanish Arm’. Había una banda tocando, distinta a la del día anterior. Muy buenos también. Tenían un repertorio muy rockero, con temas muy de los 80. Me acordé de mi amigo el torpedo del día anterior cuando sonaron los AC DC y no estaba él para hacer de Angus Young…

A Flo le debió gustar la Guinness, porque no le duraba la pinta ni medio asalto. Estuvo esperando una media hora hasta que yo me terminé la mía y pedimos otra ronda juntos. Estando allí aparecieron Samuel y Pepi, los malagueños. Así que allí estuvimos todos juntos tomando algo hasta que no nos dio para más el fuelle.

A la vuelta en el hostal nos encontramos que nuestro “colega” ya estaba allí durmiendo. Intentamos entrar en la habitación sin hacer ruido, pero no pudimos evitar que se nos escapara la risa cuando ni Alicia, ni Laura ni yo éramos capaces de ponernos de acuerdo sobre si era un chico o una chica. Después de unos cuantos minutos ya conseguimos restablecernos y acostarnos.

Justo entonces se levantó el pobre chaval de la cama al servicio a mear, y fue entonces cuando despejó nuestras dudas. Aún así no sería la última duda del fin de semana con el pobre chaval …