Transcurría el día normal. Pasé las primeras horas con Steven, el profesor de Necesidades Especiales, que estaba sustituyendo a Sarah que había asistid a un curso en busca de recoger más ideas sobre cómo tratar con niños problemáticos con mal comportamiento en el aula. Luego iba a entender por qué.
Lo que Sarah no sabe es que lo que realmente necesita, y con urgencia, es hacer un curso exprés de cómo practicar un exorcismo.
Volviendo al aula. De un momento a otro y sin existir ningún motivo aparente, el pequeño Joseph de 5 años sufrió una transformación, como si el mismísimo diablo le poseyera por dentro. Primero empezó a producir unos sonidos rarísimos, como los del rugido de un dinosaurio pero con un toque más satánico. Fue uno por uno rugiendo en la misma cara a sus estupefactos compañeros, y como eso no le parecía suficiente, se metió de golpe unos 3 o 4 plastidecores en la boca y empezó a masticarlos.
Antes de eso, sabía que el pequeño demonio comía lápices, gomas… después del trance, acabé enterándome de que también había degustado la madera de una de las mesas de clase a la que le falta un buen trozo en la superficie. Parece ser que por su casa también hay huellas de su extraña afición por los muebles. Maldito roedor!
Entre Steven y yo conseguimos cogerle (iba a decir reducirle, pero sonaría raro con un niño de tan sólo 5 años!), pues el tío intentó torearnos corriendo por la clase de un lado a otro tratando de que no le pilláramos, mientras el chaval se desojonaba y dejaba fluir sus malvados pensamientos en voz alta. También me habían contado que en alguna ocasión Joseph había comentado que oía voces en su interior… acojona!
Esta vez, mientras Steven intentaba hacerle entrar en razón, las palabras que salían de su boca eran: ‘All I can think in is doing bad things’, y lo iba acompañando con unas diabólicas carcajadas.
Con tal percal, fui en busca de una mesa y un par de sillas para sacar a la ‘bestia’ del aula hasta que consiguiéramos que se calmara. Lejos de calmarse, estando a solas con él, en el tú a tú me recibió escupiéndome más plastidecores que se había vuelto a introducir en la boca, recordándome cada vez más a algunas escenas de la niña de ‘El exorcista’.
Lo siguiente fue decirme, todo con una voz que no era la suya y que parecía poseída por el mismísimo Lucifer, que yo le había hecho volverse loco y hacer todas esas cosas, que me volviera a mi país. Eso es lo más bonito que me dijo antes de depositar un asqueroso y viscoso moco en su lengua y mostrármelo orgulloso mientras sacaba la lengua.
Intentó levantarse otra vez para entrar corriendo en el aula, pero tuve reflejos para cazarle a tiempo y volví a colocarle en la silla. Steven vino a ayudarme al ver que la cosa no mejoraba. Se puso de cuclillas para quedarse a la altura de Joseph, ya sentado, e inició un dialogo con él. La respuesta que obtuvo fue un bolazo de papel en toda la cara, a lo que Steven respondió en un tono totalmente moderado, y sin haber movido ni un solo músculo de su cuerpo, diciendo: ‘Eso no es educado Joseph. ¿Cómo vas a terminar ahora tu trabajo si acabas de estropearlo?.
No pareció importarle mucho al niño, así que tuvimos que retirarle todo lo que tenía a su alcance y yo me quedé con él esperando a que se calmara. Steven dejó la puerta de clase entreabierta, para que Joseph pudiera escuchar el cuento que estaba leyendo a los demás niños. Joseph, al cabo de un rato y mucho más calmado, me rogó que le dejara incorporarse a la clase para poder escuchar bien el cuento. Le coloqué su silla a una distancia prudencial de todo elemento, viviente o no, y se sentó tranquilo con su cara de no haber roto un plato a escuchar el cuento hasta que este hubo acabado.
Por unos segundos respiré aliviado, y como todo parecía volver al a normalidad, le dejamos que volviera a su sitio pensando que ya había pasado todo. Duró 30 segundos la ilusión, el tiempo que tardó el demonio interior en volver a poseerle. Esta vez se subió encima de la mesa y empezó a pegar patadas a todo lo que había encima de ella, otra vez con esa voz del inframundo exteriorizando todos sus pensamientos interiores. Ya no volvimos a intentarlo más.
Esperando con fe a que llamaran a un verdadero exorcista para expulsar a Satanás de su pequeño cuerpo, me conformé con el anuncio de que su madre venía a recogerle a mediodía. La espera se me hizo eterna, pero me llevé un subidón cuando la directora me dijo que iba a quedarse en casa el día siguiente.
El lunes será otra cosa…
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