Sobre las 4, Ger y yo fuimos caminando hacia el centro para encontrarnos en el ‘Teach Dolman’ con Conor, un amigo en común de Ger y Aine. Conor es quien va a enseñarme a bailar algunas danzas irlandesas. El otro día en la cocina de casa, mientras sonaba un disco de ‘Sharon Shannon’, Aine trató de enseñarme algunos pasos para empezar. Fue un momento muy cómico, los dos bailando en medio de la cocina ante la atónita mirada de Bilbo y Frodo.
Conor proviene de Cork, al igual que Gerard, con la única diferencia de que Ger es la única persona que procede de aquella ciudad y no tiene ese acento tan característicamente cerrado que les hace ininteligibles a oídos de los demás. De hecho las primeras que me dirigió Conor al ver que no fui capaz de entender lo primero que me habló fueron: Punto 1, soy de Cork así que mi acento es difícil de entender. El punto 2 tenía que ver con su boca, que necesitaba ser vista por el dentista porque tenía una inflamación notable a la vista que no le permitía vocalizar bien. Aún así, mi oído le fue aceptando poco a poco. Me cayó realmente bien el hombre. Uno de estos días va a llevarme a ver varios de los lugares de los alrededores de esos que merece la pena visitar.
Sobre las 5, Ger y Conor volvieron a sus casas y yo me quedé en el centro. Aproveché para perderme por las calles de la ciudad, fotografiar todo lo que se me ponía en medio, comprar un whistle en una tienda de música con la intención de aprender algo antes de volverme, ver el río grande por primera vez, pasear por los alrededores de la catedral, la que no había visto todavía, visitar los restos de un castillo…
Había intentado averiguar estos días dónde se localizaba el Lidl, pues para ciertas cosas, me habían dicho que tiene buenos precio. Después de casi 3 horas dando vueltas por la ciudad, decidí que ya era hora de volver a casa. Debí despistarme en algún momento y coger una calle equivocada, porque lo cierto es que me perdí, con la suerte de que fui a dar directamente al Lidl.
Me fue fácil averiguar cómo llegar desde ahí a la calle que me llevaba a casa. Tenía que recorrer una calle residencial bastante larga que unía una calle con otra. Se me hizo más difícil de lo esperado continuar mi camino por esa calle, porque de repente apareció un perrito blanco monísimo subido a lo alto de un pequeño muro que separaba la calle de la zona residencial. El perro de alguna forma me hizo detenerme para prestarle atención, y utilizando la comúnmente conocida como ‘Mirada-del-gato-de-Shrek’, me retuvo durante un par de minutos. Cada vez que intentaba irme, volvía a caer en la trama de su encanto y el perro se acababa saliendo con la suya.
Cuando conseguí concienciarme y reanudar la marcha, no recorrí sino 20 metros cuando me encontré encima de un muro, clavadito al anterior, un gatito que debería tener apenas 3 o 4meses. Así que otra vez que me paré a hacer monerías al animal. De vez en cuando miraba alrededor, no fuera a ser que estuvieran los dueños echando un vistazo y se pensaran que estaba intentando llevarme al gato secuestrado!
Llegé a casa roto, después de casi 3 horas andando por toda la ciudad.
Una vez cené y repuse fuerzas después de la gran caminata, salí de nuevo de noche hacia el centro en busca de buena música en directo, y lo único que pude encontrar fue un concierto de rock insoportable y un trío de lo más popero que no me inspiraba nada de nada.
Visto el percal me vi obligado a volverme para casa, y fue entonces cuando me ocurrió una de las cosas más surrealistas que me han pasado jamás, y surrealistas precisamente me han pasado unas cuantas.
Andando por Dublin St., la calle más importante del centro de Carlow y donde están situados los principales bares, me crucé con un grupo de jóvenes (dos chicos y tres chicas) que parecían ir bebidos, así que viéndolo de lejos me fui apartando a un lado de la acera para dejarles todo el ancho de la misma libre. Yo iba caminando tranquilamente con las manos resguardadas en el bolsillo, con mi cabeza pensando en mis tonterías, y de repente sin venir a cuento y sin ni siquiera poder verlo venir me llovieron un par de ostias que me dejaron medio conmocionado e incapaz de reaccionar. Nada ocurrió después, ni una palabra, ni una mirada, ni nada. Yo seguí andando al mismo paso como si nada hubiese ocurrido para evitar buscarme un problema mayor, y miré una sola vez atrás para comprobar que ellos también seguían su camino y no hacían ningún amago de volver.
No sé si fue el cansancio o qué pero ni siquiera sentí la más mínima sensación de rabia o furia, todo lo contrario, después de unos pocos segundos empezó a entrarme la risa al pensar en lo absurdo de la situación. Yo que había salido con toda mi buena intención a escuchar un poco de música y lo que me llevé a cambio fue un par de buenas ostias, en total sentido literal.
Con la cara comenzando a hincharse, todavía probé suerte en el ‘Teach Dolman’, el bar en el que había estado escuchando la 'session'el día anterior, pues me pillaba de camino y quería gastar el último cartucho antes de resignarme a volver a casa sin concierto, sin Guinness y con par de ostias encima.
No fue mi día definitivamente...
(Lo más curioso es que le pasó algo casi idéntico a mi abuelo hace tan sólo 6 días. Un loco le dió una leche cuando paseaba tranquilamente por Madrid. Descerebrados existen en todas partes...)
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